Columna publicada en La Tercera, 17.06.2015

Una idea heredada de generación en generación dentro de la derecha es que ese sector político existe para generar riqueza y la izquierda para repartirla. Este juicio pesimista naturaliza los procesos políticos (e históricos), atrapándolos en un ciclo de acumulación y repartija que parece sacado de la concepción rural del tiempo y la sucesión de las estaciones. Tal idea se reinventó a partir de la economía de Chicago y de la oleada tecnocrática posterior, que predicó el rigor de las leyes económicas y la futilidad destructiva que significaba que la política, como deliberación ciudadana, intentara oponérseles. Así, la visión política de la derecha se redujo a las políticas públicas diseñadas por expertos para poder crear riqueza.

El esquema institucional heredado del régimen militar permitió a esta derecha corregir cualquier desviación extrema respecto a las leyes de la economía por parte de la Concertación, aportando ella gobernabilidad democrática al introducir reformas políticas y sociales. Así, visto desde la derecha, se generaba una especie de equilibrio dentro del ciclo, una larga primavera. El resultado, hay que decirlo, fue particularmente exitoso en términos de paz y prosperidad nacional. Pero tuvo el costo de ir volviendo irrelevantes nuestras instituciones representativas -especialmente el Congreso- y generar un debilitamiento, primero intelectual y luego moral, en los dos grandes bloques partidarios.

Dado que la capacidad de representación política depende de articulaciones en el plano del sentido, era evidente que una crisis a ese nivel podía reventar en cualquier momento. Bastaba que muchas de las promesas del desarrollo defraudaran a sus beneficiarios para que se cuestionara la justicia y la dirección de nuestra forma de vida en común. Preguntas para las cuales, dada la erosión de la capacidad reflexiva del sistema político, no había respuestas.

Bachelet y su gobierno despolitizado son la cúspide de este proceso de descomposición. Tan mal lo han hecho, que mucha gente en la derecha, apelando al ciclo, piensa que les llegará el poder de vuelta por el solo magisterio del malestar económico. Las ideas para gasfiterear lo que quede del desorden ya están, piensan, y sólo restaría hacerles un buen marketing.

El problema es que esta naturalización de los procesos políticos, esta especie de “materialismo cíclico histórico”, al igual que el dialéctico, no se hace cargo de que los seres humanos vivimos en el plano del sentido, y que en ese plano se juega la legimitidad y posibilidad de los proyectos políticos y económicos. La Concertación extrajo sentido del proyecto de reconstrucción democrática fraguado por Flacso, Cieplan y otros centros de pensamiento, y de la legitimidad sacrificial de las víctimas de la dictadura. Sin ese sentido, los 20 años de prosperidad no habrían existido. La derecha, en cambio, no tuvo ni tiene fuentes de sentido vivas hoy. Necesita articularlas, y ello requiere trabajo intelectual, arte y política de verdad, aunque le parezca una ociosidad a quienes sólo saben cómo administrar las cosas.