Columna publicada el domingo 5 de febrero de 2023 por El Mercurio.

¿Presentarse a la elección de mayo en una o dos listas? Si se opta por lo segundo, ¿pactar con el centro o con Apruebo Dignidad? Esas son las preguntas que la centroizquierda deberá responder en las próximas horas. El PPD ha defendido ir en listas separadas y aliarse con el centro, mientras que el PS ha preferido privilegiar la unidad oficialista. Más allá de los eventuales vuelcos de última hora, sería un error ver en esta discrepancia una minucia electoral carente de efectos estructurales. En rigor, la decisión involucra la trayectoria de la izquierda chilena en el transcurso de las últimas décadas.

Ricardo Lagos entendió el peso de la disyuntiva, y eso explica el tono de su intervención en el consejo del PPD. En efecto, para defender las dos listas, el ex mandatario recordó el origen de la Concertación. Si en los años ’80 la izquierda estaba dividida en dos facciones —una que creía en el camino democrático, otra que defendía todas las formas de lucha—, pues bien, esas dos almas siguen estando presentes. La conclusión de Lagos es nítida: el PPD no puede diluirse en un pacto que le hace perder su identidad. La reflexión remite directamente a la renovación socialista y a la reflexión que se produjo después de la Unidad Popular. Una de las grandes lecciones de ese trabajo fue que es imposible impulsar cambios profundos sin contar con grandes mayorías que los respalden, mayorías que deben tener una traducción político-institucional. Estas consideraciones condujeron al socialismo a tomar distancia del PC y a converger con el centro político. Cada cual podrá juzgar ese proceso más o menos pertinente, pero es difícil subestimar su importancia en nuestra historia reciente.

La generación del Frente Amplio funda su identidad política en el cuestionamiento a ese proceso, que es visto como puro entreguismo neoliberal. De allí que sea difícil la unión de ambos mundos, pues las diferencias son significativas. Con todo, es interesante notar que los alineamientos de hoy responden a ese pasado. El PPD es el partido que más lejos llevó la renovación socialista, y no puede sentirse cómodo en una alianza ensimismada hacia la izquierda. Al mismo tiempo, los lotes del PS que tienden a la unidad oficialista —aún a riesgo de abandonar el PPD— son aquellos que siempre miraron con escepticismo la renovación (Michelle Bachelet es una de sus figuras insignes). No se trata de ignorar las razones pragmáticas que ciertamente influyen —ser oficialista tiene sus ventajas— pero no debemos perder de vista el trasfondo ideológico de la disputa: ¿hacia dónde debe mirar la izquierda para proyectar el nuevo ciclo político?

Ahora bien, las dos tesis tienen sus dificultades. Si el PS abandona a sus aliados históricos, corre el serio riesgo de quedar encajonado en una situación minoritaria. Después de todo, si algo demostró el 4S es que la nueva izquierda no tiene por donde ser mayoría en Chile (la UP, en sus peores momentos, obtuvo mejores resultados). El PS apuesta a convertirse en la fuerza hegemónica del gobierno mostrando lealtad con el presidente. Sin embargo, cabe preguntarse si, al romper con el PPD, el PS no perderá su condición de bisagra. En otras palabras, no es absurdo suponer que el PS puede ser más influyente conservando cierta distancia crítica con el gobierno. Por lo demás, la colectividad bien podría verse arrastrada por la mala evaluación de un gobierno que no cuenta con las herramientas necesarias para enfrentar la coyuntura.

Por su parte, la tesis del PPD enfrenta interrogantes tanto o más difíciles. En los años ’80 había un centro robusto con el cual converger y construir una amplia mayoría social. La DC representaba a una porción relevante de chilenos, y era sin duda el partido eje. Eso ha cambiado drásticamente, pues la Falange está reducida a unas cuantas migajas disgregadas, y ha perdido toda consistencia. ¿Qué quiere decir hoy en día mirar hacia el centro? ¿Cuántos consejeros constitucionales puede obtener una lista del PPD con la DC y los radicales? El PPD quiere ampliar la base de apoyo hacia el centro, pero no es seguro que ese centro exista. Es cierto que el triunfo del Rechazo autoriza al menos a formular la pregunta: si la izquierda fue derrotada, y si la derecha no es dueña de esa victoria, ¿quién podría captar esa enorme masa de votos? En abstracto, la tesis no es descaminada; pero, en concreto, no parece que el PPD tenga la prestancia suficiente para capitalizar ese nicho. En el fondo, el PPD quiere recuperar un espacio que abandonó hace años. Quizás sea demasiado tarde.

Como puede verse, la discusión es fundamental. Hay, sin embargo, un gran ausente: Gabriel Boric. El presidente ha presionado por la unidad del oficialismo, pero no ha ofrecido una reflexión a la altura de las circunstancias ni una visión política que permita ordenar las fuerzas. El desorden de la izquierda tiene su principal causa y origen en La Moneda, pues la crítica implacable de la Concertación no ha producido una propuesta de envergadura. Dicho de otro modo, la discusión por las listas es el corolario del enorme vacío político producido por el presidente Gabriel Boric. Alguien debería avisarle.