Columna publicada en Chile B, 31.12.13

etica1Tras el fracaso en las últimas elecciones parlamentarias y presidenciales, la derecha pareciera haber comenzado un debate respecto a cómo debe plantearse de cara al futuro. En ese contexto, el asunto “valórico” parece llamado a ocupar un lugar fundamental: hace algunos días el vicepresidente de la UDI, Francisco de la Maza, instaba a reflexionar sobre si la colectividad debe continuar proponiéndose como un “partido liberal en lo económico y conservador en lo valórico”, o bien buscar posturas de tinte más “progresista”. Por su parte, y a propósito del AVP, el Presidente del mismo partido, Patricio Melero, se jactaba diciendo que dentro de la UDI hay diversidad de opiniones sobre la “agenda valórica”. Hoy en día, cuesta imaginar un partido que reivindique algo diferente. Esto parece muy sensato –la conciencia es inviolable –pero también amerita más de una pregunta: la delimitación de aquello que es llamado “valórico” dista de ser evidente.

En general, “lo valórico” suele asociarse a asuntos como el aborto, la píldora del día después o las polémicas sobre la identidad de género. Los aspectos económicos, sociales y culturales parecen estar excluidos de ese rango. Con todo, esto resulta contradictorio con la efervescencia de causas aparecidas durante los últimos años: si algo ha quedado claro con los debates sobre educación, medioambiente o abusos económicos, es que la ética está presente en las diversas esferas de la vida social. En todos estos temas se juegan, en mayor o menor medida, principios éticos y valores fundamentales, de los que depende el bien de una sociedad. En este sentido, el alcance de los temas morales o valóricos no puede agotarse a sólo un ámbito de la vida social.

Si lo anterior es cierto, debemos preguntarnos si es razonable que un partido o conglomerado político no tenga un núcleo de ideas o valores éticos fundamentales, a partir de los cuales estructura su discurso y sus propuestas. Una cosa es que entre política y moral exista un ámbito de distinción, pero otra muy distinta es pensar que son terrenos absolutamente indiferentes. Cuando esta segunda mirada prima, suele argumentarse de manera reduccionista, como si todo se tratara de más Estado o más mercado, entrando apenas a una justificación ética de las acciones y decisiones políticas en cada una de estas materias. Esto tiene por consecuencia desfondar el debate público: se le ve como una mera correlación de fuerzas entre grupos de interés, y la misma comunicación en el espacio público adquiere un carácter transaccional o vacío. Esto desvaloriza, a su vez, la democracia, al restarle sentido a nuestras instituciones.

En el origen de este problema se encuentra el intento de separar moral y política. Cuando la relación entre ambas es asumida en forma desequilibrada, se puede caer o bien en una moralización excesiva de la política, que la divorcia de la realidad, o bien en un cinismo total, que no ve más que tácticas y tiene como único objetivo el poder. Ambos extremos impiden comprender que la vida social no está llamada solamente a vivir juntos, sino que a posibilitar la máxima realización espiritual y material posible de todos y cada uno de los miembros de la sociedad, lo cual exige el respeto a ciertos bienes y libertades sin los cuales sencillamente no resulta posible la vida en común. En este sentido,  los llamados “temas valóricos” no son ni lo único ni lo cuantitativamente más importante en política, pero ciertamente llama la atención que un determinado conglomerado pueda constituirse de manera armónica sin un núcleo ético común, no sólo en esos temas, sino que respecto de las diversas esferas de la vida social.

El desafío de la derecha en su deliberación interna, en consecuencia, debería ser pensar un equilibrio razonable entre principios morales y el ámbito de maniobra política. Ello no puede ser una mera discusión abstracta sobre principios, pero menos aun un debate cínico respecto a qué debe hacerse para ganar votos, sin atender a los principios que dan sentido y misión a las colectividades políticas. Estos principios son el punto de partida de los programas y medidas que está llamado a ofrecer un conglomerado. Los abusos cometidos por parte del Estado, por parte de agentes de mercado y por asociaciones perversas entre ambos, deberían llevar a comprender a la derecha, y a todos los agentes políticos, a que la moral no es un asunto de la cintura para abajo, sino que es el verdadero marco constitutivo de toda comunidad política, y que por lo mismo, querámoslo o no, no puede ser ignorado.