Columna publicada en diario La Tercera, 27.11.13

 

Para la derecha, la elección del 17 de noviembre fue de dulce y agraz. Dulce, porque Michelle Bachelet no triunfó en primera vuelta, a pesar de las expectativas que su entorno había generado. Evelyn Matthei ganó así algunas semanas de sobrevida. Pero fue sobre todo, de agraz, porque la ventaja de la candidata opositora parece irremontable, y también porque las elecciones parlamentarias rayaron en el desastre. ¿Cómo la derecha pudo reducir su votación a la mitad en cuatro años?

Se trata de una jibarización mayor, y no tiene sentido minimizarla. Es cierto que la popularidad metapolítica de Bachelet tuvo sus efectos, pero su arrastre fue menos abrumador de lo que muchos pensaban. Sin embargo, la derecha no supo sacarle provecho a ese hiato, ni se enteró de su existencia. Las razones de la debacle son variadas y sabidas: una candidatura improvisada, ausencia de discurso, falta de apoyo del gobierno, personalismo de la vieja fronda e interminables reyertas. Todo eso contribuyó a que el oficialismo apenas se empinara sobre el 25%.

Naturalmente, la noche se anuncia larga para la derecha. Y aunque podría ser una oportunidad para que los distintos diagnósticos y proyectos se expliciten, lo más probable es que ese debate termine silenciado por las disputas personales. Es la peor estrategia, pero tanto los senadores electos por Santiago como el presidente han mostrado el camino.

¿Cómo jugar dignamente, en este contexto, el partido del 15 de diciembre? Aunque parezca obvio, lo primero es no improvisar. En ese sentido, la proposición de aumentar al 30% los impuestos a las empresas, o el discurso semirreligioso, no ayudan, porque la derecha no necesita fuegos de artificio. Tampoco puede olvidarse que el voto voluntario obliga, en primer término, a asegurar los votos propios. Es obvio que la derecha tiene que expandir sus fronteras e iniciar una reflexión sin dogmatismos, pero ello debe hacerse con mucha conciencia de los riesgos electorales.

Evelyn Matthei debería, sobre todo, atacar las inconsistencias de su contrincante. Es cierto que no va a ganar, y es cierto también que la candidata parece no tener proyección política, pero incluso esos datos pueden constituir una formidable oportunidad, porque le dan, en algún plano, una superioridad respecto de Bachelet. Mientras ésta intenta su improbable síntesis chavista-progresista-social-demócrata-cristiana-comunista, Matthei debe mostrar enfáticamente sus diferencias con la agenda opositora. Si la abanderada socialista asume, de modo acrítico, el rupturismo de su ala izquierda, Evelyn Matthei debe encarnar la necesidad de reformar, al interior de las instituciones, con moderación y sin promesas mesiánicas. Si Bachelet cree que el Estado es capaz de resolverlo todo, Matthei debe reivindicar el valor de la sociedad civil como auténtica fuente de lo público. Si la candidata de la Nueva Mayoría sólo habla de derechos, Matthei debe proponer un discurso exigente, insistiendo en la responsabilidad personal. El mimetismo con la izquierda es la peor de las estrategias. Y lo más grave no es perder una elección, sino extraviar las propias convicciones, que podrían permitir más tarde alguna regeneración. En todo esto, Matthei tiene una gran responsabilidad.