Columna publicada en diario La Segunda, 18.05.13

Marx comienza “El 18 brumario de Luis Bonaparte” con estas palabras: “Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal se producen, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y otra como farsa”.

Pensando en eso, hoy podemos observar que estamos frente a una suma de hechos que “la tradición de todas las generaciones muertas” nos empuja a interpretar como si se tratara de la antesala de los violentos años 70.

Pero esta especie de Guerra Fría “chica” ocurre sólo dentro del sistema de partidos, Twitter y algún periodismo. Y por razones bien claras: la nefasta combinación de primarias presidenciales y voto voluntario, que hace que todos corran agitando cucos y rifles de juguete para que los convencidos vayan a votar, sumado a que el vacío opositor durante este gobierno lo han asumido por un par de años estudiantes universitarios que reeditaron la política de las consignas. Es decir, un escenario perfecto para que aumente el desprestigio de la política entre la ciudadanía.

Así, algunos nos quieren convencer de que vamos al “derrumbe” o a la “revolución”, aunque ninguna de las condiciones de los años 60 (mayor cantidad de jóvenes que de viejos, polarización política mundial, amplios cordones de miseria urbana) se verifique hoy y aunque todo parezca indicar que los trastornos polarizantes de Twitter y la política no se traducen en lo cotidiano de la gente, que, si bien está molesta, lo está contra los abusos del sistema -problema real y grave que merece plena atención- y no contra “el sistema”, cosa que no ocurría en los 60 y 70.

En esta farsa montada en los medios Bachelet es Allende, Golborne es Julio Durán, Altamirano es ¿Fernando Atria?, Orrego es ¿Tomic?, Guillermo Teillier es un leninista cuadrado (¡Aquí coincide!), Giorgio Jackson es Rodrigo Ambrosio, y Camila Vallejo es Gladys Marín en versión Raimapu. Y, por supuesto, nadie se puede explicar la “paradoja” de que las encuestas muestren la amplia difusión de valores y principios liberales, las mundialmente destacadas cifras de desarrollo humano que han acompañado nuestro crecimiento estas tres décadas, y que tiendas y conciertos se repleten de supuestos “antisistémicos”.

El gran derrotado en este ambiente de fantasía de las primarias presidenciales, además del chileno medio y sus intereses, es la Democracia Cristiana. Un partido de centro lo pasa mal aquí. Más todavía si es un “centro” intelectualmente desperfilado, que mantiene un atávico antiderechismo y que es sistemáticamente humillado por un Partido Socialista que cree tener la carta ganadora y por un Partido Comunista que los desprecia. Situación indecorosa que, bien leída por la campaña de Sebastián Piñera, significó un gran traspaso de votos desde las filas falangistas a la centroderecha.

Sin embargo, la situación de la DC cambiará una vez que las presidenciales estén en tierra derecha. Ahí la buscarán los candidatos. Y el partido podría ser importante si logra articular desde el socialcristianismo un discurso razonable sobre los abusos que haga sentido a las mayorías reales. Pero podría ser más importante si eso lo lleva a ciertas convergencias con la centroderecha, lo que dependería de que ésta no llegue “derechizada” por el derrotismo histérico a la presidencial y de que la DC supere su prejuicio y no descarte inclinarse hacia ese lado. En ese caso, el PS y el PC quizás les tendrían que ofrecer algo más que parodiar el triste papel de porteros de la UP que jugaron el año 70.