Columna publicada en diario La Segunda, 26.01.13

La primera guerra de independencia de Cuba es conocida como la de los diez años, de 1868 a 1878. Luego vino “la guerra chiquita”, apéndice de la primera, hasta 1880. A ellas les siguió la que se llamó “guerra de independencia” propiamente tal, esa en la cual entraron como “Capitanía General de Cuba” y salieron como “República de Cuba, protectorado de los Estados Unidos”, para dolor de José Martí, quien temía ese desenlace.

Comenzaron así los cubanos el siglo XX. El primer Presidente, Tomás Estrada -ciudadano estadounidense- trató de extender a la mala su mandato, pero hubo una revuelta y el intento no prosperó. Años después, Gerardo Machado, antiguo general de la revolución, tuvo más suerte, logrando extender su mandato hasta ser derrocado en 1933 por el comandante Fulgencio Batista, quien, controlando el Ejército, fue la cabeza detrás de todos los Presidentes que siguieron, hasta que él mismo llegó al poder en 1940 como líder del “Partido Socialista Democrático”, apoyado por los comunistas. Su sucesor, elegido a dedo, perdió la siguiente elección y Batista se fue a vivir a Estados Unidos.

En 1952 el coronel volvió como candidato presidencial, pero optó por tomar un camino más corto al poder y dar un golpe de Estado poco antes de las elecciones. Fue cuando la dictadura de Batista convirtió la isla en un lugar de juerga para millonarios de todo el mundo y de dura miseria para el pueblo. En sus siete años de gobierno, asesinó alrededor de 20.000 cubanos y estableció un régimen policial.

La primera reacción a la dictadura de Batista fue el asalto al cuartel de Moncada, en 1953. Ahí, insurgentes del democrático Partido Ortodoxo, liderados por un abogado de formación jesuita llamado Fidel Castro, intentaron iniciar una revolución, pero fracasaron. El segundo golpe, letal para el régimen, que ya había perdido hasta el apoyo militar americano, lo dieron los revolucionarios en 1959. Los mismos revolucionarios que conocemos o creemos conocer.

Lo ocurrido en Cuba después de la revolución suele ser pasado por alto. Primero se presentó al mundo como democrática, como realizadora del sueño de José Martí. Fue felicitada hasta por Kennedy. Pero al poco tiempo dio un giro hacia el comunismo, para terminar convirtiéndose en una especie de protectorado soviético con los mismos vicios que el norteamericano y, finalmente -desaparecida la URSS-, en una tiranía hereditaria que pasaría de Fidel a Raúl Castro, quien logra subsistir estos últimos años gracias a la servil ayuda de Hugo Chávez y los recursos de los venezolanos.

Una puerta privilegiada a esta historia es el libro del comandante Huber Matos “Cómo llegó la noche” (2002), donde explica la nueva traición a la independencia de Cuba que significó el giro comunista que tomó la revolución por culpa, según él, de Raúl Castro, cabeza detrás de Fidel y enemigo fatal de Camilo Cienfuegos.

Ese Raúl Castro es el mismo heredero de la tiranía cubana que hace, a su avanzada edad, esfuerzos por legitimarse apareciendo entre líderes democráticos de la región y del mundo. Es el mismo que en Chile será nombrado presidente del CELAC -deslegitimando gravemente la instancia- gracias a la idea de algunos de que si se trata como país democrático a una dictadura, quizás se vuelva democrática. Es el mismo que será alabado por los comunistas chilenos durante esta mascarada. Y es el mismo que, al igual que Batista y por las mismas razones, tendrá su lugar en la prehistoria de la independencia de Cuba.