Columna publicada en Pulso. 02.02.2018

Aunque ya se dio a conocer la esperada nominación del gabinete de ministros de Sebastián Piñera, aún queda mucho paño que cortar. Si bien es indudable la importancia que tienen quienes dirigen las diversas secretarías de Estado, lo cierto es que la conducción del aparato estatal no se reduce en ningún caso a esos 23 nombres.

Por lo mismo, de cara a los desafíos del Gobierno que asume el 11 de marzo, conviene volver la mirada a la designación de los subsecretarios, intendentes, gobernadores, algunos jefes de servicio y un centenar de otros cargos de exclusiva confianza del Presidente. Ellos también serán clave en el éxito o fracaso de la futura administración.

Y lo serán porque, tal como se ha señalado hasta el cansancio, uno de los parámetros con los que el próximo Gobierno será evaluado guarda relación con su sucesión. Es decir, si el segundo Gobierno de Sebastián Piñera es capaz de entregar la banda presidencial a otro Presidente de centroderecha y así proyectar a dicho sector político para los próximos ocho años (ojalá de la mano de una sólida y mayoritaria representación en el Congreso, en los principales municipios y en los gobiernos regionales). Y así, ganarle el punto del “legado” a la Presidenta Bachelet, quien debió entregar en dos ocasiones la banda presidencial al candidato del otro sector.

Para dicho objetivo no sólo se requiere llevar adelante un buen Gobierno, sino también de promover nuevas figuras que el día de mañana estén dispuestas a asumir desafíos electorales. Y, en consecuencia, que sean capaces de comprender a la sociedad chilena actual y de llevar adelante propuestas que le hagan sentido a la ciudadanía. Es en este punto donde resultan clave los nombramientos pendientes. Sobre todo si el gabinete no respondió a las expectativas que muchos se habían forjado y, más importante aún, porque hay en la actualidad gente joven y con talento dispuesta a enfrentar el desafío.

Por eso, los nombres que vienen son una valiosa oportunidad para dar cabida a personas que no sólo tengan las debidas competencias técnicas y profesionales -requisito indispensable para ejercer esas funciones-, sino también a rostros jóvenes y renovados, con puntos de vista frescos y una mirada nítida del Chile actual, con experiencia en el sector público y, especialmente, vocación y proyección política.

Cabe tener presente que la experiencia del primer Gobierno de Piñera con figuras jóvenes fue bastante exitosa desde aquella perspectiva, por lo que no parece una decisión demasiado arriesgada apostar por jóvenes con vocación y hambre política. Por mencionar sólo el ejemplo más mediático, vale la pena recordar al ministro más joven de su primer mandato, Felipe Kast.

CON APENAS 33 años al momento de asumir, Kast no sólo destacó por su buen trabajo en el entonces Mideplan y después como delegado presidencial para los campamentos y aldeas de emergencia, sino además porque desde esa posición comenzó a articular un nuevo movimiento político junto a otros profesionales que trabajaban en el aparato estatal. Aquel movimiento devino en el actual Evópoli, cuyos resultados en las primarias presidenciales así como en las elecciones parlamentarias asoman como promisorios.

Pero la proyección política y electoral no es el único motivo para dar mayor protagonismo a las nuevas generaciones. Tanto o más relevante es el hecho de que Chile ha sufrido cambios de grandes proporciones durante los últimos años. Y aunque sería un error identificar automáticamente renovación política con juventud -después de todo, las ideas apropiadas a las circunstancias no son patrimonio exclusivo de una generación-, es indudable que hay mayor probabilidad de empatizar con las demandas de la sociedad actual si uno las analiza no con los lentes de los años 90, sino con los de aquellos que vivieron en carne propia, ya sea en el colegio o la universidad, las dinámicas y los debates que trajeron consigo la revolución pingüina de 2006 y el movimiento estudiantil de 2011.

No se trata de aceptar acríticamente dichas demandas, sino de procesarlas con el conocimiento de lo que está en juego. Y en eso la juventud -y ojalá trayectorias distintas- puede ser una ayuda relevante, que confirma la conveniencia de darles presencia en puestos de relevancia a ciudadanos sub 35.

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