Opinión
Francisco ante sus críticos

Quienes intenten comprender a Francisco desde una mera óptica política encontrarán una limitación importante. Si bien el sumo pontífice era consciente de las responsabilidades de su cargo, su mensaje no puede ser analizado solo desde relaciones de poder o ideológicas, pues su móvil fue una virtud fundamental que se mueve en otro plano: la misericordia.

Francisco ante sus críticos

Hoy comienza el Cónclave, donde se elegirá al nuevo sucesor de Pedro, cabeza de la Iglesia que Cristo mismo mandó edificar. En este contexto, desde Latinoamérica y Chile se seguirá el proceso con especial atención, ya que Francisco mostró una cercanía con nuestro país que no se veía desde la visita de Juan Pablo II. Francisco, sin duda, ha sido objeto tanto de duras críticas como también de defensas de sus partidarios. Fue resistido por unos y querido por otros. Gran parte de estos juicios, sin embargo, son construidos desde un trasfondo político que tiende a perder de vista su rol espiritual y doctrinal. Por eso, algunos han llegado a calificarlo, de manera simplista, bajo las estrechas etiquetas de “progresista”, “populista” o “socialista”. Estos ojos suelen apreciar todo desde las lógicas mundanas del poder y la ideología, e ignoran que existe una dimensión trascendente de la vida que no se agota en esas categorías.

Por la naturaleza de su función, los diversos pontífices enfrentan el desafío de responder al llamado de los tiempos de Dios. A Juan Pablo II le correspondió liderar la Iglesia en un periodo de Guerra Fría y división. Luego, tras la consolidación del capitalismo y el avance de la modernidad, Benedicto XVI asumió la tarea titánica de demostrar que fe y razón no están reñidas, sino conectadas. Y que de esa relación se sigue la defensa de una serie de principios “no negociables” difíciles de aceptar para el mundo actual. Francisco, en esa línea, no fue la excepción. 

En una época posmoderna marcada por el egoísmo, la indiferencia y la primacía del yo, y en medio de una profunda crisis en la Iglesia, Francisco buscó acercar la Casa de Dios a las personas mediante un testimonio que enfatizaba la austeridad, humildad y sabiduría práctica. Se encargó de recordar que todos los que habitamos este mundo somos frágiles y pecadores, y que, por lo tanto, en esta vida temporal debemos esforzarnos por orientar nuestros actos hacia los demás, especialmente hacia los más vulnerables. Es notable, por ejemplo, la cantidad de personas no cristianas que reconocen virtudes positivas en este Papa; y eso, en un contexto caracterizado por la crítica y el reproche fácil, es un triunfo importante. Basta ver el último libro del escritor español Javier Cercas (El loco de Dios en el fin del mundo); un ateo que, encandilado por la personalidad de Bergoglio, reconoció estas virtudes en él.

Por las razones anteriores, quienes intenten comprender a Francisco desde una mera óptica política encontrarán una limitación importante. Si bien el sumo pontífice era consciente de las responsabilidades de su cargo, su mensaje no puede ser analizado solo desde relaciones de poder o ideológicas, pues su móvil fue una virtud fundamental que se mueve en otro plano: la misericordia. Los argumentos que podrían interpretarse en clave puramente ideológica dentro de sus encíclicas y homilías, en realidad, están construidos desde aquella virtud. Su mensaje, en ese sentido, siempre intentó ser coherente. Recordó a los fieles la necesidad de tomar conciencia del impacto de sus acciones u omisiones sobre quienes menos pueden defenderse: los pobres, los niños -incluido el niño por nacer-, los enfermos, los ancianos y la naturaleza. En última instancia, este Papa buscó, con sus limitaciones humanas, que la Iglesia recuperara su voz a través de él, para luego devolvérsela a quienes la han ido perdiendo entre nosotros. Y esa fue una de sus principales misiones: volver a instalar a la Iglesia a nivel mundial y en los distintos contextos nacionales como un actor relevante y orientador.

Por esos y otros motivos, este Papa dejará un vacío difícil de llenar. Más allá de lo errores cometidos y de críticas justas, como por ejemplo las que apuntaban al retraso y la imprudencia al defender en un inicio al obispo Juan Barros -error por el cual, dicho sea de paso, terminó pidiendo perdón-, en Francisco pareció reflejarse una vida consagrada a Dios, en ese estado de gracia que solo puede obtenerse a través de la oración y una vida sobrenatural cultivada con asiduidad. El Papa no intentó esconder las fallas, defectos y la naturaleza pecadora de cada ser humano; al contrario, intentó recordarlo una y otra vez (es más, siempre cerraba sus intervenciones con un “recen por mí”). La figura de Francisco, en esa línea, se defiende bien ante sus críticos. Ante los que están acostumbrados a hablar e impugnar a los demás, Bergoglio enseñó con el ejemplo: fue consciente de la responsabilidad que conlleva detentar un gran poder, pero buscó, dentro de sus límites humanos, que fuera utilizado con prudencia y humildad. Este Papa, con sus errores y aciertos, mostró un camino para la Iglesia bajo las circunstancias actuales. Desde ese punto de vista es que vale la pena juzgarlo.


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