Columna publicada el martes 12 de marzo de 2024 por El Líbero.

“Bien destemplada anda La Moneda en marzo, ¿qué será?”. Así se expresó el viernes Cristián Valdivieso, director de Criteria, en sus redes sociales. Desde luego, la pregunta es pertinente. No sólo por la férrea defensa del presidente al PC mientras guardaba silencio frente al homicidio del teniente Ojeda; un PC cada vez más comprometido con la dictadura de Maduro y cada vez más crítico del propio gobierno. A ello se sumó el episodio Fidae, en lo que pareciera ser un deliberado afán por tensionar las relaciones con Israel (país con el que existen relaciones estratégicas en Defensa y otros ámbitos). Y después, en el marco del 8M, las críticas a la derecha por no apoyar el “aborto integral” —el aborto libre—, un tema que divide al país y que no es ni mayoritario ni prioritario en la sociedad chilena.

No hay dudas: el presidente Boric decidió no hablarles a las grandes mayorías, sino a su voto más duro —a su nicho— en los días previos a cumplir dos años en el poder. ¿Por qué?

Una posible respuesta la entregó por anticipado el diputado Winter, con quien el mandatario mantiene una larga amistad (cultivada hasta hoy alrededor de parrillas, poemas y toma informal de decisiones, según informó La Tercera). En efecto, el presidente, resignado ante la derrota que significó para su mundo político el monumental triunfo del Rechazo, y consciente de que luego del caso Convenios ya no existirá superioridad moral alguna al dejar La Moneda, podría estar apostando al largo plazo: a la “batalla cultural”. Dado que la gestión nunca fue lo suyo —aún no se conocen los plazos de la reconstrucción en la V región—, y dado que se trata de un gobierno de minoría social y parlamentaria, el presidente bien podría estar cayendo en la tentación de entregarse por completo a lo que, a falta de mejor denominación, podría llamarse la “agenda Winter”.

Otra posible lectura, no necesariamente contradictoria con la anterior, es que el mandatario haya decidido retomar el papel que jugó en su primer año de gobierno: jefe de campaña de facto del oficialismo. En ese caso el motivo fue el plebiscito constitucional, contexto en el cual el presidente se plegó e identificó con la fallida Convención. Ahora, la razón serían las próximas elecciones de alcaldes, concejales y gobernadores regionales que se realizarán en octubre. Unos comicios que se vislumbran muy difíciles para el oficialismo y, en especial, para Apruebo Dignidad. Basta reparar en este nombre de fantasía: ¿habrá algo más lejano a lo que aspira el Chile profundo, angustiado por la inseguridad de su vida cotidiana, que el octubrismo latente en el nombre de la coalición que agrupa al Frente Amplio y al PC?

De todos modos, no sería completamente absurdo que Boric ponga sus fichas en el tablero electoral. Pese a su desgaste, el capital político del mandatario —su 25% de primera vuelta, no muy distinto a su aprobación actual— podría ser funcional a la izquierda, que teme otro fracaso en las urnas. El problema, sin embargo, es que nada ha atentado más contra las banderas del oficialismo, y contra la propia aprobación presidencial, que la cruzada llevada adelante por el malogrado órgano constituyente de 2022. En términos simples, la izquierda ya quemó las naves en la Convención y sabemos cómo les fue. Así, con su renovada radicalización, Boric podría no sólo estar olvidando (de nuevo) sus obligaciones como jefe de Estado. Además, podría estar repitiendo la historia. Ya lo dice el refrán: sólo el hombre tropieza dos veces con la misma piedra. ¿Será el caso del presidente?