Columna publicada el lunes 19 de febrero de 2024 por La Segunda.

Próximos a empezar un nuevo año escolar, nuestros problemas en educación son bien conocidos. Desde la pandemia arrastramos un ausentismo escolar de proporciones enormes. Antes que eso, muchas de nuestras instituciones emblemáticas fueron sistemáticamente destruidas por la violencia. Por un tiempo más largo aún, nuestro sistema escolar ha tendido a la formación de analfabetos funcionales. A estos problemas de mediano y largo plazo se suma la paralización de las clases en Atacama durante los meses finales del año pasado, y las dificultades que el trágico incendio traerá para el inicio del año escolar en Viña del Mar y Valparaíso.

El carácter urgente de estos desafíos no puede ser motivo para escabullir las preguntas de fondo sobre las prioridades en educación. El modo en que la discusión sobre esta se inserta en el resto de nuestra crisis impide, sin embargo, la altura de miras. Puede ser sano, entonces, observar algunos de nuestros problemas reparando en diagnósticos que, aunque elaborados para otras tierras, arrojan luz sobre nuestra propia situación. Uno de ellos es el publicado por la RAE en noviembre pasado sobre la enseñanza de la lengua “con especial atención al uso, el conocimiento y el aprendizaje del español”. Los problemas que aborda son bien conocidos: carencias en la comprensión lectora, en manejo del léxico, o en la fluidez verbal; dificultad para encontrar interés en la literatura, ausencia de un acervo cultural al que se pueda vincular los nuevos conocimientos, incapacidad para la atención sostenida, y así.

Este valioso informe no constituye un simple lamento en torno a tales carencias, sino que incluye también una mirada crítica respecto de una de las tendencias predominantes en la educación actual: la caricaturización de la enseñanza basada en contenidos. Es un asunto que en nuestro medio ha sido abordado también por el libro Enseñar entre iguales, de Daniel Mansuy. Más allá de su análisis crítico de ciertas tendencias didácticas, el documento de la RAE es también consciente de fenómenos culturales más amplios, como la relativización del conocimiento o “la preeminencia de lo fútil”. El informe aborda de modo equilibrado pero firme ese tipo de fenómenos, tal como lo hace con la ludificación de la educación y con la irrupción de la inteligencia artificial.

Sería recomendable que nuestras autoridades –y las autoridades de nuestras instituciones educacionales– dieran una mirada a este penetrante documento. Aunque se refiere a España, incluso sus reflexiones políticas tienen algo que decirnos: por demasiado tiempo, como bien nota, una sensación de provisionalidad invade a quienes trabajan en educación, y se echa en falta “un pacto que todos puedan asumir y respetar”.