Columna publicada el lunes 29 de enero de 2024 por La Segunda.

Una de las tragedias de tener una izquierda joven que tiende a olvidar –cuando no despreciar– la economía y la administración es que precisamente allí se juega gran parte de la fe en la democracia. La democracia, es cierto, es cultura y símbolo, pero no solo eso. No se sostiene sobre una mera abstracción valórica, sino en la medida en que logra articular dos dimensiones, una moral y otra material, ambas relevantes para la población.

Por lo mismo, la mayor o menor desafección por este sistema de gobierno se mide también por su eficacia. Los problemas en seguridad, un ejemplo similar, hacen dudar de si esta es la mejor manera de organizarnos para enfrentarlos. En la medida en que el sistema es capaz de gestionarlo bien, también gana en legitimidad. La democracia se fortalece cuando muestra que es capaz.

En ese sentido, el largo estancamiento económico chileno debiera concitar mucha mayor atención de la que ha tenido de parte del gobierno. Es cierto: el problema no parte con su mandato, pero sí se ha tendido a perpetuar, sin que haya ningún hito que permita revertir la tendencia. El comunicado oficial del gabinete pro crecimiento y empleo puso sus énfasis para el 2024 en hacer crecer la inversión pública y concesiones, algo potencialmente útil, pero que no basta por sí solo para generar un cambio en la dirección y el ánimo en el mercado.

Todo esto puede sonar abstracto y lejano a las preocupaciones cotidianas de la ciudadanía, pero lo cierto es que hay pocas cosas más relevantes. Si la realidad económica de cada quien no mejora, ni hay signos de que vaya a hacerlo en el corto plazo, se crea un clima propicio para el malestar. Apuntalado por otras carencias, puede terminar redundando en que la siempre frágil democracia termine transformándose en un escollo simbólico para muchos. Ese sentimiento es bencina para quienes buscan incendiarla.

Los discursos aislados no bastan para proteger a un entramado institucional que cada vez enfrenta mayores cuestionamientos. Por el contrario, la base material de la democracia sustenta gran parte de todo lo demás. Mal que mal, como lo notara Marx hace ya largos años, el trabajo y su producto son dimensiones fundamentales para las personas; tan fundamentales que para él constituían la forma de expresión del humano en el mundo material. No por nada dedicó gran parte de su obra a estudiar este fenómeno, aunque lamentablemente no parece encontrar eco en nuestra izquierda. A pesar de que estaba equivocado en muchas cosas (algunas de las cuales servirían de fundamento a varios de los peores horrores del siglo XX), en esta el sabio de Tréveris provee una orientación que harían bien en escuchar en el gobierno. La democracia se los agradecería.