Columna publicada el sábado 13 de noviembre de 2021 por La Tercera.

El político acorralado es la bestia más peligrosa. Una clase política contra las cuerdas es capaz de malignidades sin analogía natural. Hienas, lobos o ratas constituyen, en comparación, aristocracias del espíritu. La razón es que los animales se matan por acceso a recursos concretos, pero los políticos viven de un recurso inmaterial destilado, salvo loables excepciones, del sufrimiento humano: la legitimidad.

En efecto, no hay representación política sin legitimidad. Ella, en tiempos normales, se reproduce por vía procedimental. Pero sus raíces suelen ser sacrificiales: los políticos administran los símbolos y ritos de sacrificios comunes. El patrimonio emotivo de las hecatombes.

La última gran fuente de legitimidad sacrificial, exprimida por la Concertación, fueron las víctimas de la dictadura. Piñera I y Bachelet II recogieron sus migajas. Pero el vacío ya era claro: faltaban nuevas causas comunes. Y ni los mineros, ni el terremoto ni la retroexcavadora contra “los poderosos de siempre” lograron el truco. El espíritu del 15 de noviembre, que prometía una regeneración, se disolvió al poco andar.

Nuestros políticos, incapaces de grandezas, buscan víctimas para vampirizar. Olfatean sangre. El octubrismo intentó usar de ese modo los casos de brutalidad policial del estallido. Parte de su delirio fue forzar una equivalencia entre Piñera y Pinochet, hasta inventando un centro de torturas. Toda una épica entre violentista y victimista fue brotando, pero su carácter exagerado y contradictorio la descarriló, “Pelao Vade” -falsa víctima- y la “Lista del pueblo” incluidos. Finalmente, sus restos fueron incendiados por el violentismo conmemorativo del último octubre, que cobró vidas inocentes y operó en alianza con bandas criminales. Hasta ahí llegó la canonización de “los presos de la revuelta”.

Una hebra octubrista que resultó mejor fue el “ancestralismo”: la idealización de los indígenas como víctimas buenas y sabias de la crueldad occidental. Pero los brutales actos contra civiles en la Macrozona, que mezclan crimen organizado y etnonacionalismo violento, y la incapacidad de líderes políticos e intelectuales mapuches para condenarlos, lo degrada.

La Convención Constitucional, lamentablemente, quedó marcada por estas épicas victimistas devaluadas. Habrá que ver si logra sobrevivirlas y plantear un proyecto constitucional sustentable.

En tanto, la clase política hurga desesperada. Intenta raspar la olla con el dinero previsional de los propios votantes. El linchamiento de la senadora Goic por los candidatos Provoste y Boric -cada cual más hipócrita- es un clásico ataque de chivo expiatorio. También la acusación contra Piñera. Pero estas movidas son tan indignas como ineficaces. Carlos Montes, mezclando cobardía y lealtad, se sumó al retiro con tono de condenado. Quizás intuye que los mejores candidatos a víctima propiciatoria son ellos mismos. No sería la primera vez que el hartazgo popular con el deterioro económico, institucional y del orden público lleva a la hoguera a los representantes. En el silencio del Congreso, en cada encuesta, una temida voz retumba: “Los señores políticos a sus covachas”. Y faltarán más que trucos baratos para silenciarla.