Columna publicada el martes 19 de diciembre de 2023 por El Líbero.

Un 55,7% de la población decidió no aprobar el texto propuesto, optando por mantener la Constitución actual, para dar inicio a un periodo de “vacaciones constitucionales” y de reflexión. El sentimiento de derrota entre los sectores que respaldaron el cambio es evidente. Arriesgaron su capital político en un proceso que comenzó con altos niveles de rechazo, pero aun así cumplieron su palabra. No obstante, si se analizan los resultados electorales con detención, quizás no presagian un futuro oscuro. Más bien, puede que representen una base desde la cual construir.

Si consideramos la alta votación obtenida por un texto identificado y presentado ante la opinión pública como de “posiciones conservadoras”, los 5.470.025 votos conforman una cifra significativa. Teniendo en cuenta la desafección que experimentó la derecha institucional por parte de ciertos sectores y figuras que respaldaron el “En contra”, esta votación será determinante para las próximas elecciones. Es probable que gran parte de los votantes del “A favor” se mantenga votando por candidatos que representen ideas de la propuesta; mientras que números importantes del “En contra” se dispersen por todo el espectro político.

Por otro lado, el proceso constitucional llevó al Partido Republicano y a los partidos de Chile Vamos no sólo a ser transparentes ante la ciudadanía, sino también ante el resto de la clase política de centro y centroizquierda. Parte de estos últimos los consideraron en esta pasada como un sector con disposición a ceder en algunos puntos, de ahí su apoyo. A pesar de no haber formado ninguna coalición ni nada parecido, se alcanzaron acuerdos con Amarillos y Demócratas. Si esas relaciones se continúan trabajando y cuidando, podrían decantar en una alternativa estable para el delicado futuro que se aproxima. Lo anterior es fundamental porque muchos representantes de la izquierda que rechazaron el proyecto de la Convención Constitucional rompieron la apreciación extendida de que la derecha sería ilegítima para gobernar.

Otro de los aspectos relevantes es que la propuesta constitucional equipa a la derecha de una guía interesante de cara a los desafíos futuros. Ciertamente, existen disposiciones que deben ser desechadas, pero su esencia conecta de alguna manera con amplios sectores de la población. Por eso, a medida que el texto se hacía más conocido, aumentaba su beneplácito. En ese sentido, la propuesta logró, por momentos, sintonizar con la prioridad de la ciudadanía; es decir, con la idea de obtener de seguridad en todos los ámbitos de la vida. Esa convergencia la ubica en una posición coherente frente a problemas como seguridad, inmigración y crecimiento económico. Todo lo contrario al oficialismo, que apoyó la propuesta plurinacional que despojaba al Estado de algunas atribuciones clave para enfrentar al delito, al narcotráfico y terrorismo. De ahí que los voceros de izquierda del En contra se vean ridículos defendiendo ahora la “Constitución de Pinochet” y clamando por los «problemas reales de la gente».

En resumen, es probable que la derecha no necesite levantarse, pues aún se mantiene en pie. Sin embargo, requerirá de un periodo de reflexión y de sacar cuentas. Asimismo, necesita reconectar tanto con las demandas esenciales de la ciudadanía, como con los medios adecuados para abordarlas. Quizá una de las lecciones claras que podemos extraer de este proceso es la siguiente: en este momento, las personas no buscan acción a través de cambios constitucionales, sino mediante agendas ágiles, breves y efectivas (dicho sea de paso, todo lo que le cuesta al Gobierno). En otras palabras, si la justificación del Presidente Boric para el fracaso del proceso pasado fue que no podían “ir más rápido” que el pueblo, la derecha en esta pasada fue demasiado lenta. La vía constitucional ya no parecía ser útil para problemas que requieren de acción inmediata y eso se terminó notando.