Columna publicada el domingo 22 de octubre de 2023 por El Mercurio.

En la Región de Atacama, el paro de profesores del sector público ha completado 47 días. La movilización afecta a más de treinta mil alumnos, repartidos en 46 establecimientos que no han tenido clases desde el 4 de septiembre y que, por lo mismo, están a punto de perder el año escolar. Si consideramos que los mismos alumnos vieron gravemente dañado su proceso de formación durante la pandemia, no podemos sino concluir que estamos frente una nueva tragedia educacional. En un mundo normal, esta tragedia debería ser la primera prioridad de ministros y funcionarios del Ejecutivo. ¿Cómo es posible que miles de niños y jóvenes estén a punto de sufrir un nuevo atraso en sus estudios? ¿A qué futuro los estamos condenando? ¿Qué hace un gobierno sino atender con máxima prioridad este tipo de urgencias?

No es fácil responder estas preguntas, sobre todo si recordamos que la generación que gobierna Chile saltó al estrellato en torno a la agenda educacional, y esa ha sido siempre su vocación más sentida. Con todo, el ministro de Educación, Nicolás Cataldo, ha ofrecido una pista para comprender la indolencia oficialista. Cuestionado por la prensa por la eventual responsabilidad del Gobierno en esta materia, el secretario de Estado dio una respuesta que posee la virtud de ser la mejor síntesis posible de la actual administración: “Yo diría”, aseveró, “que no ha fallado el Gobierno, quien ha fallado ha sido el Estado”. La frase es fascinante en la medida en que revela que es posible tener un cargo muy alto, y gozar de todos los privilegios asociados, sin sentir el peso de ninguna responsabilidad. Si la culpa es del Estado, pues bien, el pobre ministro es un espectador más de una película que no protagoniza, y todos los medios a su disposición no son más que una pantomima y una farsa. Él juega a ser ministro y nosotros jugamos a que le creemos; pero, en rigor, es una víctima de una situación que lo excede. Sus manos han quedado lavadas. Bienaventurados los Cataldo de corazón que no cargan yugo alguno.

La dificultad estriba en que, desde ese lugar tan cómodo, es imposible resolver nada. Alguien que no cree en la agencia política, en la capacidad para mover y alinear voluntades, no puede hacer gran cosa más allá de la gesticulación. Solo quienes están en el mundo pueden hacerse responsables de él: los meros observadores solo contemplan una realidad que les resulta ajena, un fenómeno de la naturaleza. Acaso sin quererlo, el ministro nos ha ofrecido una clave de comprensión de este gobierno: no hará nada relevante porque los problemas no lo tocan. De allí el gusto por la grandilocuencia y el correspondiente desprecio por la prosaica gestión del día a día. Ellos no están para minucias cotidianas, están para las transformaciones profundas y estructurales. Nada más es digno de la atención de espíritus tan elevados. El amateurismo reinante no tiene nada de casual y remite a este punto: solo les interesa abolir el neoliberalismo. Para todo lo demás, llamar al Socialismo Democrático.

Es, cuando menos, extraño gobernar un país empleando estas categorías. Por de pronto, supone algunas operaciones mentales que, confieso, no comprendo del todo. La primera de ellas consiste en escindir completamente al Gobierno del Estado. La respuesta del ministro puede ser persuasiva a primera vista, pero oculta una enorme falacia: ¿para qué hemos elegido un gobierno si no es para mejorar la gestión del Estado, subsanar sus deficiencias y administrarlo del mejor modo posible? Es obvio que el aparato público tiene falencias muy profundas, pero el Gobierno no puede conformarse con constatar esas falencias (que, por lo demás, conocemos de sobra).

La segunda operación mental implica mirarlo todo desde la posición del marciano que llegó a Chile hace algunos meses. Esto permite ocultar un hecho elemental. En efecto, si el Estado tiene deficiencias, el sector político de Cataldo tiene responsabilidad en ellas. ¿Quiénes debilitaron sistemáticamente la fuerza del Estado cuando gobernaban sus adversarios? ¿Quiénes alentaron y legitimaron paros y tomas de todo tipo que afectaron gravemente al sistema educativo? ¿Quiénes validaron todas las formas de lucha y han guardado silencio frente a las paralizaciones del Colegio de Profesores? ¿Quiénes han contribuido a generar el clima que hace posible esta situación? El caso de Cataldo es aún más curioso, porque él es militante comunista, y fue bajo el gobierno de la Nueva Mayoría que se aprobó la ley de servicios locales de educación, que está en el origen de la movilización en Atacama. Es más, Cataldo trabajó en ese gobierno como asesor legislativo en el Ministerio de Educación; es decir, estuvo en el centro de ese diseño. ¿Qué sentido puede tener que un dirigente con esa trayectoria busque desentenderse del “Estado”?

La tercera operación mental es, sin duda, la más grave. Al culpar al “Estado” y a las estructuras heredadas, es posible mirar con distancia la situación de los treinta mil alumnos que están cerca de perder su año escolar. Su tragedia no es la nuestra. El ministro es inocente y, entonces, podemos dormir tranquilos. Que nadie perturbe el dulce sueño de los inocentes.