Columna publicada el 27 de agosto de 2023 en El Mercurio.

El flamante ministro de Educación, Nicolás Cataldo, afirmó esta semana que los recientes llamados a evadir el transporte público carecen de toda justificación. En sus palabras, el contexto es muy distinto al de 2019 y, por tanto, no cabe emplear los mismos medios. En aquel tiempo había otra realidad, otras circunstancias y, sobre todo, había otro presidente.

El argumento del ministro, hay que decirlo, no brilla ni por su lucidez ni por su honestidad. Por de pronto, no hay ningún motivo para sostener que el contexto ha cambiado radicalmente. Hoy, los chilenos no están mejor de lo que estaban cuatro años atrás. Si en 2019, el malestar social era causa legítima para la evasión, hoy podría serlo con más fuerza. El uso mañoso de la noción de contexto ayuda a comprender el fondo del asunto: la izquierda que representa Cataldo cree que la evasión —y la violencia que surgió a partir de ella— es un método válido de acción política. Así se dijo una y otra vez: “Evadir el metro es una forma justificada de protesta” (diputado Boric); “Gracias totales, cabros” (diputado Jackson); “Son acciones legítimas de desobediencia civil” (Partido Comunista); “Evadir, no pagar, otra forma de luchar” (Nicolás Valenzuela, hoy director del ¡Metro de Santiago!). Como puede verse, nadie estaba de ánimo para hacer matices ni distinciones. En ese momento, todo valía para sentirse parte del sagrado movimiento de la historia.

En virtud de lo anterior, el argumento ofrecido ahora tiene un carácter puramente instrumental. Su formulación más precisa sería: la evasión es pertinente si la derecha está en el poder, y deja de serlo si nosotros estamos en el poder. Es innegable que la política está plagada de oportunismo, razonamientos torcidos y mezquindades de toda clase. Sin embargo, no es habitual ser testigos de un cinismo tan falto del mínimo pudor. Esta vez, nada recubre la desnudez del argumento. Por lo demás, la escena refleja a la perfección la indigencia intelectual de la nueva izquierda, que no tiene ninguna reflexión sobre un problema central de la política, la relación entre medios y fines. En rigor, los medios no son nunca solo medios, sino que informan —y modifican— los fines. En otras palabras, los medios inducen dinámicas que producen sus propios efectos. No es posible perseguir fines elevados con medios discutibles. Si usted busca la justicia social, es cuando menos extraño que pretenda lograr ese objetivo alentando a los jóvenes a no pagar un servicio público fundamental en la vida común. El resultado, de hecho, no es misterioso: la evasión convierte al mundo en un lugar más injusto, porque se pierden de vista los deberes recíprocos involucrados en el orden social. Para peor, no se trata de un caso aislado. Basta recordar los retiros de fondos previsionales: la izquierda buscaba impulsar un sistema de seguridad social y quiso propinarle un golpe a las AFP con los retiros. ¿Resultado? Terminó reforzando la idea de que esos fondos son propiedad de los cotizantes (en uno de los retiros la izquierda llegó a oponerse al correspondiente pago de impuestos). Hoy por hoy, cualquier reforma previsional no podrá sino consolidar el sistema de capitalización individual. Vaya sentido estratégico.

En estas condiciones, no debe extrañar que la principal dificultad del oficialismo sea su falta de consistencia discursiva. Guste o no, el pasado los condena, y muchos dirigentes tienen escasa autoridad para criticar aquello que ayer aplaudían con entusiasmo. Esta carencia podría corregirse si es que esos dirigentes hubieran modificado su opinión y hubieran explicado ese cambio. Con todo, las declaraciones del ministro Cataldo sugieren más bien lo contrario: no ha cambiado de parecer. Se desprende de sus dichos que él avalaría nuevamente la evasión si se reprodujeran aquellas circunstancias (esto es, que haya un presidente de derecha). Un cambio de opinión efectivo exigiría decir algo distinto: nos equivocamos el 2019, fuimos prisioneros de un espejismo, no debimos haber celebrado todo lo que ocurrió. No obstante, nadie en el Frente Amplio ni en el PC parece dispuesto a llegar, o siquiera acercarse, a ese punto. Algo así supondría reconocer que el hito sobre el cual han erigido su legitimidad nunca existió, que Sebastián Piñera no fue un dictador y que no había motivos para la rebelión. La trampa es que, en ausencia de un gesto de ese tipo, estas discusiones resurgirán una y otra vez, volviendo completamente estériles los esfuerzos del Gobierno por controlar la agenda y la discusión.

Chile vive una profunda crisis de confianza pública. Esto implica que los ciudadanos miran con recelo a los principales actores, en la medida en que muy pocos son capaces de sostener un discurso más allá del interés coyuntural. Es posible que, con sus declaraciones, el ministro Cataldo haya logrado sortear la pregunta incómoda de algún periodista, y ganado así algo de tiempo. Sin embargo, en el fondo esas declaraciones añaden un ingrediente más a la crisis de legitimidad de nuestro sistema político. Nicolás Cataldo está sentado sobre un polvorín y no quiere darse por enterado.