Columna publicada el lunes 12 de septiembre de 2022 por La Segunda.

Aunque el presidente Boric y su equipo se resistan a asumirlo, el contundente triunfo del Rechazo condensa tres derrotas que deben ser sopesadas: la del texto, la de sus autores y la de Apruebo Dignidad.

Naturalmente, el primer gran derrotado es el texto de la Convención. Por lo mismo, de cara al futuro ya sabemos que un amplio elenco de propuestas simplemente no persuade a las grandes mayorías. Si hemos de reconocer a los pueblos originarios, la plurinacionalidad no es el camino; si el régimen presidencial cuenta con un profundo arraigo en Chile, el sistema político debe pensarse en conjunto con el Senado y no sin él; si el anhelo es unir al país, el aborto libre no es el camino, y así. El proceso constituyente ya finalizado contribuyó a detectar problemas reales y nos dejó un conjunto de iniciativas populares valiosas —en general ignoradas por la Convención—, pero quizá su principal aporte ex post sea ayudar a descartar el maximalismo que caracterizó a los 388 artículos y 57 disposiciones transitorias.

En segundo lugar, el plebiscito permite sacar lecciones sobre el tipo de órgano que ha de redactar la nueva propuesta constitucional. Si —como indican múltiples estudios— la sociedad chilena anhela acuerdos transversales que permitan generar cambios con estabilidad y certezas, el diseño de dicho órgano debe colaborar en ese propósito. Si antes se creyó que su legitimidad estaba garantizada sólo por ser una “constituyente ciudadana” —Jaime Bassa repetía esta frase con fruición—, hoy conviene fortalecer el papel de los partidos; si antes predominaron los independientes, ahora parece más sensato dar cabida tanto al elemento técnico como a los representantes políticos electos; si antes la hoja en blanco era un dogma, en adelante urge tomarse en serio la tradición constitucional chilena, la evolución democrática posdictadura y el aprendizaje acumulado desde el proceso que impulsó la expresidenta Bachelet en adelante.

Por último, el Rechazo constituye una derrota significativa para La Moneda. Es muy inquietante que el presidente Boric aún no formule una autocrítica acorde al fracaso electoral que sufrió el proyecto histórico de su izquierda. En lo inmediato, un mínimo de responsabilidad exige repensar no sólo los equipos, sino también el mensaje y las prioridades. Porque, mal que le pese al primer mandatario, hoy su tarea no es “transformar”, sino gobernar, comenzando por garantizar el orden público. Si sigue despreciando la mera “administración”, continuará alejándose de una ciudadanía que —tal como sugería el Boric de segunda vuelta— anhela seguridad en las distintas dimensiones de la vida. Justo lo opuesto a lo que han transmitido su gobierno y el texto de la Convención por el que tanto se la jugó.