Columna publicada el miércoles 5 de enero de 2022 por El Líbero

Una de las razones más citadas para la derrota presidencial de la derecha es que antes se habría perdido la “batalla cultural”. Cayetana Álvarez de Toledo, parlamentaria española citada con frecuencia por estos lares, lo resumía así: “La izquierda siempre está jugando con ventaja en la batalla política porque tiene el plano de la cultura en su favor. Lo que debemos hacer es nivelar ese tablero. Y eso significa batalla ideológica, batalla cultural, batalla en los medios, batalla sobre las ideas”.

Se puede entender la frustración ante cierta izquierda que ha sabido navegar mejor en medios de comunicación y redes sociales, y que a veces cuenta con la complicidad de sus conductores. Pero hablar de batalla cultural confunde más de lo que aclara.  Termina siendo una ficción tranquilizadora, una imagen fantasmal que permite eximir de culpas a los responsables de las derrotas, como un monigote al que transferimos las causas de un fracaso que en realidad es propio. A tal transferencia sigue el inmovilismo que perpetúa el círculo del extravío. Todo esto, sin comprobar si es cierto que la izquierda juega con ventaja; en nuestras dinámicas culturales confluyen muchísimos factores, incluyendo el neoliberalismo, la Iglesia, la modernización cultural o la globalización, entre tantos otros.

De tanto recurrir a ella, la “batalla cultural” ha perdido su valor. Bajo la etiqueta hoy caben demasiadas cosas. “Decir las cosas como son”, por ejemplo, sería una de sus formas. Pero ahí solo hay un estilo que puede –o no– servir hacia adelante. Lo mismo con el desgastado “volver a dar la pelea de las ideas”. ¿Qué ideas? ¿Existen esas ideas, están disponibles para ser movilizadas hacia la acción? ¿Cuál sensibilidad en el abanico de la centroderecha, derecha o como queramos designarla? ¿Con qué apertura hacia la realidad que interpela a toda construcción teórica? Es difícil distinguir, como en el campo de batalla, entre buenos y malos. Más bien, son las pequeñas sinuosidades de la política las que permiten articular un discurso a la altura de las complejidades de nuestra vida social.

Algo similar ocurre con la “batalla en los medios”. ¿Basta, acaso, con “meterse” en ellos? ¿Es suficiente comprar espacios televisivos, radiales o de prensa? ¿Hay material intelectual para llenar esos sitios sin recurrir a la mera repetición de consignas? Mucho me temo que no. Eso, sin contar con el lucrativo negocio para quienes utilizan esa guerra para embaucar a empresarios que, con buenas intenciones, ponen su dinero a servicio de tal causa (como los cazadores de rentas de las “ideas de la libertad”).

Olvidan, también, que la metáfora bélica los encierra en una lógica de vencedores y vencidos, y que la política, para ser exitosa, exige necesariamente pensar articulaciones compartidas, más que fantasías facciosas.

Por este y otros motivos, mejor descartemos la imagen de batalla cultural en el proceso introspectivo por el que necesariamente debe pasar el sector. Antes que culpar a canchas inclinadas, cercos corridos o fatamorganas que darían material para horas de psicoanálisis político, hay más camino en abordar la propia desconexión ideológica y sociológica de la derecha con el Chile actual. Es ahí, en abrirse a la cultura, el modo concreto en que habitamos el mundo y nos relacionamos, donde reside la clave para salir del pozo, edificar instituciones a partir de ella, y no dar batallas que, muchas veces, solo existen en la pesadilla por la que pasa la derecha.