Carta publicada el lunes 29 de noviembre de 2021 por El Mercurio.

Señor Director:

Superando indignación y tristeza, he llegado a la conclusión de que buena parte de nuestra izquierda es incapaz de observar los males que muchos vemos reflejados en la candidatura de Gabriel Boric. Han olvidado que el octubrismo que representan no solo incluye anhelos de mayor justicia social, sino un violentismo cruel y arbitrario, que ellos sistemáticamente validaron o ignoraron. En su mente, las buenas intenciones parecen justificar los medios perversos. Las iglesias ardiendo, los locales saqueados y la destrucción de pueblos y ciudades —así como el terrorismo etnonacionalista en el sur— les siguen pareciendo costos menores de la bondadosa marcha del progreso (encarnada por ellos mismos). Todo resumido en una Convención Constitucional dominada, hasta ahora, por una disposición facciosa, pequeña y petulante.

Esto explica la liviandad y arrogancia con la que juzgan como deplorables a quienes se niegan a apoyarlos. ¿Como no sienten vergüenza al tratar de “fascistas” a los demás, siendo que los últimos en validar la violencia como herramienta política fueron ellos mismos? Solo la ceguera moral lo explica.

Por otro lado, esta conclusión me ha llevado a tratar de evaluar con la misma vara la candidatura de José Antonio Kast. Y creo que su gran riesgo es encarnar un espíritu antioctubrista. Es decir, un ánimo de revancha igual de parcial, agresivo y arbitrario que el de sus adversarios, que vea el malestar social como un invento de la izquierda a combatir a palos, y no como el fruto de graves injusticias y desajustes institucionales.

El desafío de ambos bandos, supongo, es lograr observar con caridad al otro, y asumir como propia la justicia que encuentren. Sin este ejercicio, lo único que estaremos cultivando será (otra vez) un país de absurdos enemigos mortales. Y ya sabemos quién saca la peor parte de los odios asesinos de las élites enfrentadas: los más débiles.