Columna publicada el viernes 13 de noviembre de 2020 por La Tercera.

¿Cuál debe ser el perfil de los candidatos para la Convención Constituyente? Además del endiosamiento a la independencia, la aptitud técnica o la pertenencia a ciertos grupos determinados, la juventud ha sido descrita como una de las características idóneas para integrar la Convención. Los nuevos aires, el desprecio a los mismos de siempre y la mirada renovadora, se esgrimen como razones para promover una gran presencia de jóvenes en el órgano constituyente. ¿Por qué?

Ciertamente, el optimismo respecto de la juventud no es lo mismo que despreciar la experiencia y el camino recorrido. Lo andado, lo vivido, lo sufrido, otorgan un conocimiento práctico invaluable y una mirada que solo puede ser fruto de la experiencia. La sabiduría popular sabe esto muy bien. No por nada suele decirse que “más sabe el diablo por viejo que por diablo”. ¿Cómo despreciar aquello, si hay cosas que solo es posible entender si se han vivido en carne propia? La gratitud hacia los que han venido antes es indispensable para construir hacia adelante. Una sociedad que desecha la experiencia – incluyendo a las tradiciones, ritos, costumbres y acervos culturales – es una sociedad quebrada, destinada al fracaso.

Pero entonces, ¿qué tiene para entregar la juventud? ¿Por qué sería un activo valioso en la Convención? Es errado elevar esta calidad, que por lo demás es temporal, a las alturas del olimpo. Sin perjuicio de ello, todos reconocemos que la juventud tiene algo que le es propio y que consideramos bueno, especialmente en los momentos que vivimos hoy.

Los jóvenes tenemos una mirada fresca, percibimos la realidad de manera distinta porque hemos estado expuestos a cosas diferentes. Como no hemos vivido en primera persona algunos sucesos, nos es más fácil mirarlos con perspectiva y reconocer con más libertad lo bueno y lo malo que hay en ellos. Nuestro corazón no está puesto en el pasado porque, si bien somos tributarios de éste, no es aún el propio. Así, los jóvenes tenemos la mirada particular de quien tiene el camino por delante y, en ese sentido, la fuerza de los ideales suele ser más potente, aunque el idealismo no sea patrimonio exclusivo nuestro. Como la experiencia del mayor, la ilusión del joven suma su propio grano.

Por eso duele, especialmente, mirar hoy el Congreso. Las promesas de una política seria, movida por convicciones y no por mezquindades, que a muchos nos ilusionaron, no han sido más que promesas. Y los ideales altos encarnados en diputados jóvenes se han revelado débiles y precarios. La votación del segundo retiro de los fondos de las AFP es un buen ejemplo de esto. El gran problema no fue omitir la defensa de un sistema (tema absolutamente prudencial), y ni siquiera fue solo la indiferencia ante el futuro de los más débiles. El gran problema es la frustración de la promesa de un estilo, de una mirada, de una renovación. Quienes en el primer retiro se opusieron férreamente a la medida, hoy simplemente se entregan al oportunismo (si hay alguna otra explicación, nadie la ha ofrecido hasta ahora). El cálculo político y la tentación de la reelección primaron en muchos diputados jóvenes de Chile Vamos, los mismos que supuestamente estaban dispuestos a defender convicciones y superar la vieja y alicaída política. Es eso lo que traiciona la impronta juvenil y lo que tiene a muchos frustrados y enojados, especialmente a los jóvenes.

El divino tesoro será muy valioso en la Convención Constitucional si es que logra mantenerse fiel a sus promesas. De lo contrario, rápidamente pasará a ser más de lo mismo.