Columna publicada el sábado 29 de agosto de 2020 por La Tercera.

El pasaje más polémico de la “Epístola a los romanos” es el llamado a respetar a las autoridades temporales en conciencia, pues su poder provendría de Dios. ¿Cómo es posible que Pablo, que predicó la derrota definitiva de los poderes terrenales por Jesús el Cristo, así como la proximidad definitiva de Su Reino, salga ahora conque tenemos que hacerle caso a esos poderes? Esta aparente contradicción ha llevado a muchos incluso a negar la autoría paulina de dichos párrafos.

Sin embargo, el pasaje tiene pleno sentido. La salvación definitiva del mundo exige, al mismo tiempo, su preservación temporal. La exige porque el crecimiento de la comunidad de salvación y su forma cristiana de vida depende, en buena medida, de que hayan orden y paz en este mundo, aunque sea de forma imperfecta. Y con ese fin, para rendir ese servicio, es que las autoridades temporales han sido investidas de poder por Dios. No porque el Reino esté a mano, entonces, los cristianos pueden desinteresarse de lo que ocurra hasta su consolidación. El caos, el desorden y la injusticia dañan la misión eclesiástica y conducen a muchas personas al odio, la violencia y la perdición.

En pequeña y truncada escala, experimentamos un problema parecido hoy en Chile. Muchos presentan el advenimiento de una nueva Constitución como si fuera a fundar “un nuevo cielo y una nueva tierra”. Como si todos los males y odios presentes fueran a evaporarse frente al surgimiento de una nueva carta fundamental. La mayoría de los que promueven esta visión lo hacen de buena fe. De hecho, creen que generar expectativas exorbitantes respecto al proceso constituyente y la nueva Constitución es necesario para la eficacia ritual y simbólica del evento.

El problema es que, por esta misma razón, esas personas tienden a considerar irrelevante lo que ocurra en el intertanto. ¿Violencia en la Araucanía, polarización política, abusos de poder, violencia callejera, desarticulación del sistema de opinión pública, sufrimiento en el Sename, autotuela, funismo, abandono de deberes? No importa, la nueva Constitución ya viene. Es como si nada de lo que pase, por dañino que sea, no tuviera una rápida cura por el poderoso papelito.

La degradación en el aquí y el ahora de las relaciones humanas, políticas e institucionales que resulta de este desinterés, lamentablemente, hace cada día menos posible obtener los bienes que se buscan mediante el fetichizado proceso constituyente. Si el país llega en medio del caos y una guerra civil de baja intensidad al debate constitucional ¿cómo podría salir algo sano y bueno de ahí?

Serán los acuerdos sobre el orden y la seguridad presentes los que hagan posible cambios ventajosos en el futuro. No habrá acuerdos amplios después si no hay acuerdos básicos ahora. No habrá “diálogo ciudadano” después, si no hay civismo ahora. Y, además, cualquier cambio constitucional, recordémoslo, no traerá un reino mesiánico. Seremos el mismo país, la misma gente y los mismos problemas para cuya solución se supone que el cambio o reforma constitucional es mero instrumento (ya que de fin último no tiene nada). No nos lamentemos después, entonces, si terminamos cosechando mañana la maleza que dejamos crecer ahora.