Columna publicada el lunes 3 de agosto de 2020 por La Segunda.

“El gabinete del rechazo”. Esa fue la cuña que disparó la oposición contra los nuevos ministros de Sebastián Piñera. Curiosa descripción, considerando que se integraron no sólo Andrés Allamand y Víctor Pérez, sino también Mario Desbordes, el principal referente del “apruebo” en la centroderecha. Más que inclinar la balanza hacia una u otra alternativa, La Moneda confirmó su absoluta prescindencia ante el plebiscito (lo cual merece un análisis aparte: el Ejecutivo terminará simplemente administrando el hito electoral más relevante del Chile posdictadura).

Pero entonces, ¿cómo explicar la severa crítica al nuevo gabinete? Quizá haya que leerla como una reacción a las entrevistas que dio Jaime Bellolio poco antes de asumir como vocero. El exdiputado había explicado abiertamente los motivos que lo llevaron a transitar desde el “apruebo” hacia el “rechazo”. Ellos apuntan a la (fundada) duda sobre el clima necesario para efectuar una deliberación constitucional digna de ese nombre. En particular, una mínima paz social –Bellolio y otros dirigentes llevan varios meses con escolta por las amenazas que han recibido–, y ciertas condiciones democráticas elementales. Esto es tanto o más importante que lo anterior, pues desde octubre muchos han olvidado que la democracia es inseparable del diálogo y de la tolerancia al disenso político. ¿Acaso es absurdo preguntarse qué tipo de debate constitucional observaremos en este contexto?

La oposición siempre podrá replicar que se trata del habitual miedo ante las grandes reformas. Ocurre, sin embargo, que aquí no hablamos sólo de la derecha tradicional. Los planteamientos de Bellolio, favorable al cambio constitucional desde el gobierno de Michelle Bachelet, se suman al giro de Evopoli frente al plebiscito. Y también a la conversación que pública o soterradamente se desarrolla en diversos espacios, incluyendo círculos de exmiembros de la Concertación que miran con profundo recelo la polarización y la falta de sentido republicano de muchos actores.

Naturalmente, este panorama exige una reflexión transversal: las fallas han sido generalizadas. Si el plebiscito de octubre busca dejar atrás el clivaje de la transición, hasta ahora nada indica que vaya a conseguir ese propósito. Pero sobre todo, el escenario descrito debiera conducir a la autocrítica de las mentes más lúcidas de las distintas izquierdas. Quien desea articular un pacto político compartido necesariamente ha de preguntarse por qué la causa del “apruebo” ha perdido adherentes, qué efectos puede tener esto en las urnas (ya conocimos al Brexit, a Trump y al plebiscito colombiano), y cómo volver a generar confianzas con un sector político que, al fin y al cabo, representa al menos un tercio del país.