Columna publicada el 11.10.19 en el Diario Financiero.

El debate sobre las adicciones humanas es profundamente político. Los liberales tratan de acotar lo más posible la definición del término. Temen, con alguna razón, que una definición laxa del concepto se convierta en un instrumento de dominación en manos de líderes ansiosos por “proteger” a seres vistos como incapaces de ejercer libremente su voluntad. En el bando contrario se ubican quienes plantean que el ser humano, como animal social, siempre ejerce su voluntad con distintos grados de imperfección, habiendo muchas situaciones en que ésta se ve suspendida. El temor de este grupo, también razonable, es que al hacer pasar decisiones tomadas bajo presión como decisiones libres, la opresión pueda ser disfrazada como libertad. Si revisamos cualquier debate sobre políticas alimentarias o legalización de drogas, nos encontraremos con este choque de posiciones, sazonado con el lobby de farmacéuticas, tabacaleras, dulceros y un cuanto hay.

En el caso de internet, al igual que en el del azúcar o la marihuana, hay una disputa entre aquellos que lo consideran fuertemente adictivo, y aquellos que consideran que su masivo abuso es más bien un mal hábito, y no propiamente una adicción. Y es que si bien es notorio el nivel de dependencia cotidiana que las personas pueden generar, por ejemplo, respecto a sus teléfonos móviles, el retiro del estímulo no genera crisis de abstinencia como las drogas duras. Sin embargo, hay otras adicciones, como la ludopatía, donde los síntomas tampoco son análogos a los de esas substancias. Nos movemos, entonces, en un territorio gris.

El mecanismo básico de toda adicción o mal hábito, en todo caso, es el mismo. Es el abuso de una fuente de satisfacción barata. Un estímulo que, con poco esfuerzo, nos reporta placer, y cuya presencia sin consumo nos produce ansiedad. Como ganar en los videojuegos. Como el acceso constante a pornografía. Como ver otro y otro capítulo de una serie en Netflix, y luego comenzar otra serie esperando la nueva temporada de la anterior. Como recibir mails y mensajes que muestran que le importamos a otros. Como recibir likes en Facebook o Instagram, retuits en Twitter y ganar remates en E-Bay. Con todo esto se puede perder el control. Y, de hecho, se pierde. El promedio de uso de internet por persona en Estados Unidos ya se encuentra alrededor de 3 horas diarias (según los usuarios), y las prácticas nocivas, como revisar el mail y las redes sociales cada 5 minutos, van en aumento. El daño a la convivencia social y familiar, la vida en pareja, la capacidad de concentración, la productividad laboral, el desempeño académico y la satisfacción personal es también reconocido por los usuarios.

Ya que el tema de la productividad laboral se encuentra sobre la mesa en Chile, bien haría abordar más seriamente este asunto, que sin duda acarrea costos millonarios en muchas áreas de la economía. Pero también es una buena oportunidad para reflexionar sobre el impacto de internet en las demás áreas de nuestras vidas.