Columna publicada el 26.03.19 en La Segunda.

El paso por Chile de Jair Bolsonaro volvió a poner sobre la mesa la profunda desorientación que afecta a nuestra izquierda. Las directivas de ambas cámaras del Congreso, encabezadas por un decé y un PPD, se restaron de un almuerzo oficial con el presidente brasileño, sin importar que se tratara de una visita de Estado. Por su parte, el Frente Amplio propuso declararlo “persona non grata”. Para no ser menos, Matías Walker comparó este viaje con “el daño que la visita de Fidel Castro le causó al Presidente Allende”. Y por si fuera poco, la diputada comunista Carmen Hertz afirmó que reunirse con Bolsonaro es como  “juntarse con el Hitler de 1936”.

El panorama descrito y la desproporción involucrada reflejan, en primer lugar, el tipo de batallas que hoy logra unir a la oposición (triste anécdota: a la misma hora en que se convocó una manifestación contra Bolsonaro, pasó sin pena ni gloria una marcha por la vivienda digna). Además, todo esto ratifica el doble estándar que caracteriza a una porción muy significativa de la izquierda local. Pocas semanas atrás se recurría a excusas tan creativas como extravagantes para evitar llamar dictador a Nicolás Maduro. Los defectos y problemas de Bolsonaro son evidentes e indiscutibles, pero hasta ahora sus acciones políticas no resultan ni medianamente comparables con el régimen que azota a Venezuela (y para qué decir con Castro o Hitler: basta leer en diagonal Wikipedia para evitar esas curiosas analogías).

Pero la mayor dificultad va por otro lado, y guarda relación con la tosca aproximación de gran parte del progresismo –no sólo de izquierda, pero preponderante en ese sector– a los denominados populismos. Como han explicado lúcidas voces nacionales y foráneas, hoy esta categoría suele invocarse con escándalo y fundamentalmente como adjetivo peyorativo, sin preguntarse qué hay detrás de esos fenómenos. El corolario de este enfoque es el olvido de interrogantes elementales. La más obvia, desde luego, consiste en indagar los motivos que podrían explicar la creciente preferencia de la ciudadanía, en distintos lugares del orbe, por aquellos líderes y movimientos que el mainstream desprecia apelando a la pura descalificación.

En un reciente artículo publicado en “Letras Libres”, Mark Lilla invita a mirar con atención y sin prejuicios las nuevas tendencias de la derecha francesa, pues sería un error asumir que el nuevo panorama político europeo se explica por simple xenofobia. Sin embargo, continúa Lilla, “la izquierda tiene la mala costumbre de infravalorar a su adversario y reducir sus ideas a un mero camuflaje para actitudes y pasiones despreciables”.  Cualquiera diría que la oposición chilena está empecinada en darle la razón.