Columna publicada en El Líbero, 12.05.2016

Hasta ahora hay dos tesis dentro de ChileVamos respecto del proceso constituyente. La tesis mayoritaria es que el proceso está viciado, pues su estructura fue diseñada para que en los cabildos se impongan las fuerzas organizadas de izquierda. Así, sería un acto ventrílocuo del gobierno y no mucho más, por lo que legitimarlo organizando encuentros locales no pasaría de ser ingenuo. Lo que habría que hacer es construir un proyecto alternativo al del gobierno y llevarlo ante el Congreso, que es el espacio legítimo para tratar el asunto constitucional. Por lo demás, se señala, quienes defienden la idea de sumarse a los encuentros y cabildos no tienen voluntad ni capacidad para organizarse y materializar su postura, menos todavía en el contexto de elecciones municipales. Es decir, estarían siendo políticamente irresponsables y lo suyo, más que postura, sería una pose.

La tesis minoritaria es que el proceso se encuentra legitimado en la medida en que muchas organizaciones civiles han decidido sumarse a él y que la centroderecha no tiene fuerzas para levantar un proceso paralelo al gubernamental, menos todavía en el contexto de las elecciones municipales. Así, debería buscarse una especie de “participación crítica” en el proceso que permita denunciar las irregularidades que ocurran en su interior. Además, puede ser una de las plataformas para dar a conocer la propuesta constitucional de la centroderecha. La propuesta de restarse, desde este punto de vista, se vuelve entreguista y equivaldría al error de la centroderecha venezolana al no ir a elecciones parlamentarias y abandonar el Parlamento a su suerte.

Ambas posturas tienen asidero en la realidad y en ambas se refleja lo políticamente acorralada que se encuentra la centroderecha en estos momentos. A estas alturas, es evidente que el liderazgo de Bachelet no tiene características republicanas, sino más bien facciosas, haciéndose esto particularmente patente en el conflicto sostenido por el gobierno con el consejo de observadores convocado por él mismo, debido a la búsqueda de independencia política por parte de éste. El estilo de “el que se mueve no sale en la foto” guía el actuar del ejecutivo, sin duda, por lo que no es razonable esperar un juego limpio dentro de la cancha delineada por ellos mismos. Más todavía cuando buena parte de la izquierda chilena vive convencida de que sus posturas son mayoritarias porque representan lo que la mayoría debería pensar, aunque no sea lo que en realidad piensan, lo que hace que no vean grandes dilemas éticos en buscar imponerlas por cualquier medio.

Sin embargo, es claro también que restarse por completo de un proceso al cual muchas personas y organizaciones se han ido sumando de buena fe y sin tener, además, la fuerza política necesaria para construir un proceso paralelo, resulta políticamente arriesgado y genera una sensación de derrota y desmotivación en quienes no son de izquierda y se sienten llamados a darle un cauce republicano al debate constitucional.

La estrategia más inteligente en un contexto así no parece ser optar por una de las dos tesis, sino abrir ambos cauces aclarando que existen esas dos posturas y que ambas convocan voluntades. El proceso paralelo opera como un seguro frente a un proceso gubernamental que no ofrece suficientes garantías. Dicho proceso paralelo ES la garantía que permite que quienes decidan participar de buena fe en el proceso gubernamental puedan, en caso de constatarse que se trata de una trampa o que las irregularidades internas no lo vuelven serio, denunciar dicha situación y sumarse a una alternativa. Además, resulta un insumo legítimo y razonado que podrá ser puesto también en conocimiento de la opinión pública y en manos de los legisladores para enriquecer el debate constitucional. Mientras tanto, la participación en el proceso gubernamental es un signo de buena fe y de ánimo republicano y no faccioso, el que se vuelve muy necesario en los contextos de polarización. Hay que recordar que si el proceso es tramposo no va a ser sólo la centroderecha la que se vea defraudada, y que en un escenario como ese un liderazgo moderado y pragmático será tremendamente valorado. Restarse por completo, en cambio, comunica un cierto ánimo de renuncia, de partisanismo, y de incapacidad para enfrentar la adversidad política y ejercer un liderazgo en ese contexto.

En suma, la centroderecha debería generar una estrategia pensada desde su nueva diversidad interna que en vez de articular dicha diversidad como conflicto, lo haga de manera estratégica e inteligente, maximizando la capacidad de convocar voluntades y buscando generar un liderazgo republicano en medio de un proceso de polarización que daña a todo el país. Si logra esa capacidad para articular disensos dentro de estrategias coherentes y orientadas al bien común, habrá dado un paso significativo en su aprendizaje de lo que realmente significa gobernar.

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