Opinión
Perdidos en la noche

A pesar de que podría pensarse que contaba con los mejores técnicos, los mejores equipos de comunicación y el apoyo de gran parte de las élites políticas y económicas, la exalcaldesa no logró calar hondo en la ciudadanía.


Perdidos en la noche

La candidatura de Evelyn Matthei buscó representar muchas cosas durante esta larga campaña, algunas contradictorias entre sí. En ciertos momentos, la candidata de Chile Vamos apeló a ideas cercanas a las de Bukele para intentar mostrar dureza y evitar perder votos por el flanco derecho. En otros instantes, en cambio, afirmó que su candidatura no era ni de izquierdas ni de derechas: basta de “extremos”, insistió en varias ocasiones. Ya en estas últimas semanas, los discursos en pro de la unidad del país se han entrelazado con golpes sin demasiado objetivo ni sentido contra sus adversarios y aliados en ambos lados del espectro. La contradicción se ha ido convirtiendo en desorientación.

Así, en la misma intervención en que Matthei aseguró que el plan de búsqueda de los detenidos desaparecidos para muchos “no era búsqueda sino venganza”, Matthei intentó proyectar una imagen de moderación, señalando que defendía “una opción razonable para Chile, ni de extremo derecha, ni de extremo izquierda” y que “necesitamos entender que las personas tienen derecho a pensar distinto, tienen distintas vivencias y han sufrido distintas cosas y juntos tenemos que sacar Chile adelante”. La candidata finalizó afirmando que “lo único que yo no quiero, por ningún motivo, para nuestro país, es un clima donde nuevamente nos empecemos a odiar”. Lo que logró, sin embargo, fue volverse una vez más foco de crítica por sus dichos, incluidas algunas voces que pocos días antes, desde la centroizquierda, le habían manifestado su apoyo.

Como puede verse, Evelyn Matthei nunca logró encontrar el tono durante la campaña presidencial. A pesar de que podría pensarse que contaba con los mejores técnicos, los mejores equipos de comunicación y el apoyo de gran parte de las élites políticas y económicas, la exalcaldesa no logró calar hondo en la ciudadanía. Y a pesar de su imagen de mujer fuerte y decidida, su candidatura se desplomó de un modo sorprendente una vez que la campaña entró en tierra derecha.

Lo más fácil para ciertos sectores de Chile Vamos (y para la propia Matthei) será echarle la culpa al populismo de los adversarios o a los vaivenes de una ciudadanía hastiada. Pero Estados Unidos y otros países del mundo ya nos han mostrado cómo termina ese derrotero. Lo más difícil, pero más fructífero a la larga, será preguntarse en serio por qué la candidatura de Chile Vamos puede terminar sufriendo una derrota igual o incluso peor que la de 2021, justo cuando se pensaba que era el momento idóneo para capitalizar un triunfo. Y hay varias lecciones que se pueden sacar ahí.

La candidatura de Evelyn Matthei refleja algunas fracturas en la centroderecha de los últimos años. Salvo pocas excepciones, la derecha tradicional se ha convertido en un conglomerado con muy poca sociología: un bloque político con poder institucional, técnicos y recursos, pero sin mayor arraigo territorial ni diversidad social y económica. Sus dirigentes y expertos tienen poca resonancia fuera de los barrios altos de Santiago. No parecen comprender bien (ni tampoco arraigar en) los mundos populares ni las clases medias que han emergido en las últimas décadas, y su relación con las regiones se limita a enclaves electorales donde usualmente ubican a figuras conocidas para asegurar cupos. En palabras simples, Chile Vamos ha quedado reducido a una estructura tecnocrática, desanclada del país real, que diseña excelentes políticas públicas, pero no logra conectar con la ciudadanía porque, entre otras cosas, abandonó el trabajo territorial y carece de la suficiente diversidad social.

El intento de Evelyn Matthei de “buscar el centro” también evidencia algunos de estos problemas. Todo indica que su campaña operó bajo la suposición de que existía una identificación entre las élites del centro político -Amarillos, Demócratas y ciertos sectores de la ex Concertación- y los ciudadanos que, en las encuestas, se definen de ese modo. La estrategia apostó a que esa coincidencia movilizaría al votante moderado. Pero no consideró que lo que los ciudadanos entienden hoy por centro puede ser muy distinto de lo que las élites definen como tal, o que unos y otros esperan cosas completamente distintas.

La licuación ideológica de Matthei en este “ni de izquierda ni de derecha” también puede leerse en esa clave: hay detrás de ella cierta indiferencia hacia un votante que la asocia históricamente con la derecha, que la vio como ministra en gobiernos de Sebastián Piñera, fotografiada junto a Augusto Pinochet y protestando para evitar su detención en Londres. Detrás de ese intento también está la pretensión (a ratos vana) de alejarse de los fantasmas de la “ultraderecha”, una agenda que deja a la candidatura en un curioso lugar, entre la inconsistencia y la falta de identidad: ¿no convendría, hoy, justamente, presentarse como de derecha? Además, no serán Matthei ni sus asesores quienes definan quién pertenece o no a la “ultraderecha”. Basta recordar que, antes de que Sebastián Piñera asumiera su segundo mandato, la entonces diputada Camila Vallejo ya lo había calificado como un gobierno de “ultraderecha”. A la exalcaldesa de Providencia le podría haber ocurrido lo mismo.

En suma, la candidatura de Evelyn Matthei no contó con las herramientas políticas para enfrentar el complejo escenario que tiene por delante. Eligieron un camino ambiguo que nunca se disipó del todo. A menos de dos semanas de la elección, es probable que la exministra quede en el tercer o cuarto lugar. Por el bien de la centroderecha, no hay que esquivar el bulto, sino empezar a sacar desde ya las cuentas de la derrota.

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