¿Será la izquierda capaz de elaborar una crítica de las nuevas y viejas derechas que no perpetúe esa tara que la ha conducido a su ceguera actual?
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A dos semanas de la elección, las candidaturas de Kast, Kaiser y Matthei pasan holgadamente el 50%. Se trata de un momento único para la derecha chilena, fruto en gran medida del juicio ciudadano sobre los cuatro últimos años de gobierno. Coincide, adicionalmente, con un clima mundial que en muchos países ha castigado a la izquierda. Como mostraba ayer un reportaje de El País, también en España ese giro es llamativo, y especialmente en la juventud: los menores de 30 se declaran hoy más conservadores que el resto de los españoles.
Algunas de las explicaciones para este fenómeno pueden ser tranquilizadoras para la izquierda. Si se trata de un voto reactivo, por el que gobiernos de un signo político son favorecidos para castigar a los del contrario, simplemente es cosa de pasar por unos años el segundo plano, y esperar que la marea se dé vuelta. La realidad es más preocupante, en cambio, si se trata de una reacción contra algo más hondo que solo un gobierno puntual. Si la rebeldía de hoy es contra una agenda progresista agresivamente empujada por décadas, los años fuera del poder puede que sean harto más largos. Con seguridad hay algo de verdad en las dos explicaciones.
Como fuere, el hecho es que en muchas dimensiones esa agenda progresista se sobregiró, y ahora toca el turno de la respuesta. Por lo mismo, hoy no solo los votos están en la derecha, sino también la acción: ahí hay diversidad de diagnósticos y proyectos, ahí hay disputas intelectuales, ahí hay una pregunta abierta respecto de si se impondrá alguno de los proyectos o habrá alguien –como Meloni en Italia– capaz de unirlos en una combinación virtuosa. Para la derecha, todo esto obviamente significa una responsabilidad inaudita. En el caso chileno, tal vez el único punto de comparación es la responsabilidad que en su momento recayó sobre los hombros de la Concertación. La gran pregunta, obviamente, es si acaso tras la elección se verá emerger esa responsabilidad, de la que poco se ve en tiempos de campaña.
En el caso de la izquierda, también hay una tarea que de momento parece quedarle grande. Ante esa multitud de derechas, evidentemente quiere denunciar lo que en ellas hay de patológico. Esa es, qué duda cabe, parte de su tarea. La cuestión, sin embargo, es si acaso, superado el momento del shock y el escándalo, será capaz de elaborar categorías suficientemente finas –algo más que la “ultraderecha”– como para hacer esa crítica de un modo que no bloquee su propio autoexamen. Después de todo, la situación actual se debe en gran parte a que la izquierda ha tratado toda orientación conservadora como ilegítima. ¿Será capaz de elaborar una crítica de las nuevas y viejas derechas que no perpetúe esa tara que la ha conducido a su ceguera actual?



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