Desde luego, cambiar de opinión es perfectamente legítimo. En ocasiones puede ser incluso saludable. Sin embargo, por elemental que parezca, un cambio de opinión solo puede producirse si se reconoce como tal, y ofrece razones que lo expliquen. Si el Frente Amplio conserva algún respeto por los electores (y, de paso, se respetara a sí mismo), tiene el deber de brindar esa explicación.

Este lunes, en un debate con vistas a la primaria presidencial, el diputado Gonzalo Winter afirmó que este Gobierno, al asumir, encontró una “migración desorganizada”. Luego, enumeró tres motivos que explicarían la situación: la dictadura de Maduro, el viaje de Sebastián Piñera a Cúcuta, y los deseos del gran empresariado de obtener “mano de obra barata”. El sentido del razonamiento es claro: la responsabilidad de los problemas migratorios recae en terceros.
Debe reconocerse que, durante muchos años, el Frente Amplio ha empleado este tipo de argumentos, y han sido efectivos. La idea es culpar siempre a otros de todos los males, para erigirse luego en salvadores. Sin embargo, me temo que el truco está gastado, y dejó de funcionar. Gonzalo Winter sigue hablando como si fuera un recién llegado, en lugar del abanderado de una coalición que acumula varios períodos en el Parlamento y que ha gobernado durante tres años. Por lo mismo, cada una de sus declaraciones —en cuanto representante de su generación— puede confrontarse con su pasado. Dicho de otro modo, el discurso ya no se sostiene por sí solo, desde la mera impugnación, sino que debe sustentarse en una trayectoria. De lo contrario, el argumento se vuelve vacío.
En la materia que nos ocupa, el Frente Amplio está defendiendo una posición antinómica con aquella que sostuvo en un pasado no tan lejano. En efecto, hace pocos años sus dirigentes eran partidarios de una migración libre, y lo hicieron saber: marcharon, pronunciaron encendidos discursos, fueron al Tribunal Constitucional y elaboraron un programa de gobierno y un frustrado proyecto de Carta Magna que iban en la misma dirección. El entonces diputado Boric decía en sus redes sociales: “En Chile hay muchos chilenos. ¡Bienvenidos inmigrantes!”. Como si esto fuera poco, el actual encargado de migraciones del Gobierno fue antes activista en estos temas, e hizo todo lo posible por evitar cualquier control del flujo. En conclusión: el clima pro-migración que permitió llegar a la situación actual fue promovido por el Frente Amplio. Así las cosas, al diputado Winter le faltó agregar un cuarto factor: él mismo.
Desde luego, cambiar de opinión es perfectamente legítimo. En ocasiones puede ser incluso saludable. Sin embargo, por elemental que parezca, un cambio de opinión solo puede producirse si se reconoce como tal, y ofrece razones que lo expliquen. Si el Frente Amplio conserva algún respeto por los electores (y, de paso, se respetara a sí mismo), tiene el deber de brindar esa explicación. En su ausencia, solo podemos suponer que sus aparentes convicciones en realidad no son tales, sino mero oportunismo; y que, en consecuencia, nada (ni siquiera los derechos de los migrantes) es realmente importantes para ellos. Son solo instrumentos, que se toman —o se botan— según las circunstancias.
Sobra decir que este comportamiento demuele cualquier posibilidad de deliberación común. En rigor, la actitud del Frente Amplio degrada la escena pública, pues no permite discutir sobre asuntos de primera importancia con un mínimo de seriedad. En otras palabras, será imposible enfrentar el tema migratorio —y tantos otros— si la conversación no sigue ciertas normas básicas, pues no podremos ni siquiera comprender la naturaleza de la dificultad. Es innegable que todo actor político se ve, con alguna frecuencia, forzado a maquillar su pasado. Sin embargo, esto va mucho más lejos: no es mero acomodo, sino, lisa y llanamente, una falsedad que vuelve inviable el diálogo razonado. Todo esto obliga a preguntarse por el tipo de oposición que será la generación de Winter cuando salga del poder, y la verdad es que las señales no son muy estimulantes.
Con todo, las afirmaciones de Winter contienen una dificultad adicional para el Frente Amplio, tanto o más delicada que la anterior. Se trata de lo siguiente. Al asumir un discurso más severo en el tema migratorio, el Frente Amplio se adentra en terreno peligroso pues, en el fondo, admite tácitamente que está jugando en la cancha del adversario. Dicho en simple, si el oficialismo pone a la migración en el centro de su discurso, surge inmediatamente la pregunta: ¿no terminará favoreciendo eso a la derecha de Kaiser y Kast, que siempre podrá doblar la apuesta? ¿Qué se puede ganar en esa dinámica? Dado que el mismo Winter ha insistido una y otra vez en la necesidad imperiosa que tiene la izquierda de entrar a la batalla ideológica, cuesta entender la decisión. Si la prioridad de los chilenos es el control migratorio, cuesta pensar que muchos de ellos vayan a votar por el diputado frenteamplista. Si la coalición oficialista no logra cambiar la agenda, sus posibilidades de triunfo se reducirán de modo drástico.
Supongo que el diputado Winter sabe todo esto mejor que nadie, pero enfrenta un problema: todo indica que esas prioridades no son un invento de la derecha, sino que guardan relación con las inquietudes reales de la ciudadanía. Si esto es plausible, el principal desafío del Frente Amplio pasa por interrogarse a sí mismo: ¿por qué sus preocupaciones históricas están tan lejos de los chilenos? ¿Cuál es el origen de ese desajuste? No obstante, responder esa pregunta supone aceptar que existe. Puede pensarse que el Frente Amplio no tiene cómo comprender a Chile mientras no comprenda su propio pasado.