Columna publicada el 30 de agosto en El Mercurio.

Toda vida política —y la propia condición humana— supone claroscuros. La de Guillermo Teillier desde luego no es la excepción, aunque la intensidad de su trayectoria vital resume como pocas la tragedia que se fue incubando en el país desde los años sesenta en adelante. Si para 1973 Teillier era un dirigente comunista de mediana entidad, luego del golpe de Estado sufrió la represión, vivió en la clandestinidad, fue el jefe militar de su partido, trabajó con el Frente Patriótico y autorizó —así lo confesó a Juan Cristóbal Peña— el atentado a Augusto Pinochet. Después del retorno a la democracia Teillier jugaría un papel clave en el progresivo protagonismo que ha adquirido el PC, concluyendo su existencia terrenal luego de conducir por casi dos décadas los destinos de esta tienda.

Naturalmente, cada uno de estos hitos merecería un análisis pormenorizado, pero a la hora del balance es posible distinguir dos grandes etapas en la vida pública de Teillier. Y, a decir verdad —y pese a las loas que abundan en estas horas desde el presidente Boric hacia abajo—, ninguna de esas etapas resulta particularmente estimulante.

La primera, previa a la restauración democrática, estuvo marcada por lo que se conoció como la validación y promoción de “todas las formas de lucha”. En rigor, Teillier encarnó como pocos actores políticos de izquierda la apuesta insurreccional. Y lo cierto es que esa estrategia no tuvo eficacia alguna a la hora de poner fin al régimen de Pinochet. Si algún camino posibilitó la salida de la dictadura no fue ese, sino más bien el que comenzó a dibujar en 1984 Patricio Aylwin: jugar —al decir del patriarca DC— con las reglas del régimen, para vencerlo en su propia cancha. Es verdad que Pinochet finalmente sería derrotado, pero también lo es que esa derrota se la propinó fundamentalmente la oposición que pronto daría origen a la Concertación. Pinochet perdió, pero el cabecilla comunista también.

La segunda gran etapa en la trayectoria de Teillier está dada por su rol a cargo del PC. A primera vista el exjefe militar dejó un legado exitoso: el partido de la hoz y el martillo se incorporó a los gobiernos de Michelle Bachelet primero y Gabriel Boric después, y ciertamente creció en parlamentarios e influencia. Además, abrió camino a una nueva generación de liderazgos, con Camila Vallejo y Karol Cariola como punta de lanza. Con todo, lo menos que puede decirse es que, vista en retrospectiva, dicha influencia admite más de una lectura.

Así, en octubre de 2019, los comunistas —con Teillier a la cabeza— apostaron por derribar al presidente democráticamente electo a partir de “la vía de los hechos”; la misma que las fuerzas de izquierda reivindicaron sin pudor en su declaración del 12 de noviembre de 2019. En su minuto pareció una ruta auspiciosa —y Teillier consiguió entusiasmar desde la falange a la izquierda en esa cruzada—, pero hoy sabemos que esa intentona no sólo fracasó, sino que además hirió gravemente las credenciales democráticas del actual oficialismo. En seguida vendría el esfuerzo por convertir la fallida Convención y el plebiscito del 4 de septiembre en la “madre de todas las batallas”. No obstante, las izquierdas sufrirían la peor derrota democrática de su historia. Teillier, nuevamente, estuvo lejos de obtener la victoria.

Al momento de las sumas y las restas, quizá no se trate de dos grandes etapas en la vida de Teillier, sino más bien de un trabajo unido por un hilo conductor visible y consistente. Un hilo que —todo hay que decirlo— se resiste a ser calificado como democrático sin más.