Carta publicada el miércoles 23 de diciembre de 2020 por El Mercurio.

Señor Director:

En su columna de ayer, el profesor Antonio Bascuñán afirma que las objeciones a la eutanasia se fundan en la creencia según la cual “tenemos el deber de vivir, cualesquiera sean nuestras circunstancias”. Sin embargo, ningún crítico serio de las prácticas o leyes eutanásicas suscribe tal creencia ni argumenta de ese modo.

En efecto, el rechazo a la eutanasia se enmarca en una tradición de reflexión e investigación moral que descarta expresamente la existencia de deberes positivos —de hacer— absolutos. Estos deberes dependen de las circunstancias y, por tanto, admiten excepciones. Nadie está obligado a conservar su vida en cualquier evento (y a diferencia de lo que sugiere Bascuñán, ello no podría ser negado por aquel catecismo cuyo eje es una persona que sacrifica su vida por los demás).

El cuestionamiento a la eutanasia —tal como revela una amplia literatura— se basa en un deber negativo (de abstención): la prohibición de atentar directa y deliberadamente contra la vida humana inocente. De ahí que en muchas situaciones no hay ningún impedimento ético para abandonar ciertos tratamientos y, más aún, que sea injusto prolongar artificialmente la vida. El problema no es dejar morir, el problema es matar.