Columna publicada el 02.03.19 en La Tercera.

Sólo hay dos bandos respecto a Venezuela: el de los que quieren que caiga la dictadura y el de los que no. No hay una “tercera vía” uruguaya, mexicana o europea entre Guaidó -mandatado por la Asamblea Nacional de su país para abrir el camino hacia elecciones democráticas libres y transparentes- y Maduro. De hecho, la posibilidad de que Maduro se someta a la mediación internacional depende de que se vea presionado a hacerlo, y esa presión naturalmente debe ser ejercida por aquellos líderes que en ningún caso podrían actuar como mediadores en el conflicto. Es decir, Duque, Trump, Bolsonaro y Piñera. El policía “bueno” no sirve de nada sin el “malo”, y eso lo entiende perfectamente la mayor parte de la izquierda mundial efectivamente comprometida con la democracia y los derechos humanos: por eso el uruguayo Luis Almagro, Secretario General de la OEA, estaba el sábado pasado en Cúcuta.

Querer que caiga la dictadura en Venezuela mediante elecciones libres significa, en cualquiera de sus versiones, asumir la hegemonía política estadounidense en ese lugar, que no es lo mismo que asumir una invasión yanqui. Por eso las demás potencias interesadas en los recursos venezolanos (Rusia, China e Irán) no están a favor de ningún escenario donde hayan elecciones libres, ni aunque fueran convocadas por obra y gracia de San Pepe Mujica. Si se está a favor de la transición venezolana hacia la democracia, se está a favor de la hegemonía estadounidense. Es decir, de que Venezuela asuma un modelo de desarrollo capitalista, tal como el chileno.

Por último, siempre que un país cargado de recursos naturales estratégicos se hunda en la miseria económica y la corrupción desatada de su clase dirigente, éste será disputado por las potencias mundiales. Y sí, es por eso que les interesa Venezuela y no Haití. La diferencia es que a Estados Unidos también le preocupa la desestabilización que supone para la región entera tener una dictadura narco-militar instalada ahí, además de la venta de uranio al régimen Iraní para el desarrollo de su programa nuclear. También en esto hay que tomar partido, aunque ninguno de los bandos sea el ideal.

Quienes en Chile pretenden terceras vías imaginarias lo hacen ya sea porque no quieren enfrentar los dos caminos realmente existentes, ya que ninguno de ellos les parece perfecto; porque quieren defender a Maduro de manera indirecta, sin admitirlo; o porque quieren evitar que el gobierno asuma una posición de liderazgo continental en este asunto, prefiriendo desviar la atención hacia gobiernos regionales de izquierda.

La izquierda y centroizquierda chilenas deben tomarse muy en serio el asunto venezolano. El tema es ampliamente conocido por los ciudadanos locales -ya que el drama de Venezuela lleva más de una década en los medios de comunicación- y el número de inmigrantes del país del norte avecindados en Chile buscando “asilo contra la opresión” crece cada día, insertándose en todos los sectores sociales. El buenismo indolente, la mala fe o la mezquindad respecto a Venezuela tendrán consecuencias políticas en Chile, y ellas se extenderán en el tiempo, como una sombra moral. Sufrirán el peso de su propio pinochetismo.