Opinión
¿Un Chile posliberal?

En Chile la discusión pública intelectual ya no es protagonizada ni por las izquierdas ni el progresismo, sino por sus contradictores. Este escenario, que implica una relativa novedad considerando los procesos de larga duración, no surge de la nada, sino que responde a más de una década de trabajo sostenido de diversas personas e instituciones.

¿Un Chile posliberal?

Una columna de Juan Ignacio Brito (“El Chile posliberal”) publicada en El Mercurio luego de la primera vuelta presidencial generó un intercambio digno de ser destacado. Por de pronto, las reacciones de Sebastián Soto y sus otros interlocutores confirmaron que todavía queda mucho paño por cortar respecto a varios temas importantes en términos políticos e intelectuales.

Entre esos temas que requieren mayor desarrollo se encuentran, sin afán de ser exhaustivo, la pertinencia (o no) de una categoría como el posliberalismo, que al proceder del contexto anglosajón requiere de mediaciones para su aplicación local; las fortalezas y tareas pendientes del orden político liberal en su singular configuración criolla -y cuyos pilares defendieron las fuerzas del Rechazo ante la arremetida de la fallida Convención-; los claroscuros del populismo contemporáneo, que exigen tomarse en serio a un electorado hasitiado sin por ello avalar los defectos de los líderes más disruptuvos; y la zigzagueante alianza entre conservadores y liberales (el maltrato a los primeros ha tenido indudables efectos políticos, pero en paralelo las distintas derechas expresan cada una a su modo la vigencia de esa alianza).

Con todo, este intercambio también confirmó otro hecho tanto o más relevante. Me refiero a la vitalidad del debate de ideas en el amplio mundo de las derechas. Conviene reparar en esto: en Chile la discusión pública intelectual ya no es protagonizada ni por las izquierdas ni el progresismo, sino por sus contradictores. Este escenario, que implica una relativa novedad considerando los procesos de larga duración, no surge de la nada, sino que responde a más de una década de trabajo sostenido de diversas personas e instituciones.

Hoy es preciso seguir alimentando y respaldando aquella vitalidad, por distintas razones. Por un lado, en el plano estrictamente político, porque este cuadro favorece una tensión virtuosa que ayuda a evitar los puntos ciegos y la autocomplacencia que tanto ha perjudicado a las derechas en el pasado; un riesgo crucial de cara al nuevo ciclo parlamentario y presidencial. Por otro lado, en una dimensión más profunda, aún falta bastante camino por recorrer en las humanidades y ciencias sociales para equilibrar la cancha y asegurar un auténtico pluralismo en varias universidades que se precian de cultivarlo. Nada significativo ha cambiado en este ámbito aún.

Cuando Patrick Deneen, uno de los promotores del posliberalismo, visitó Chile en 2019 -pocos meses antes de la crisis de ese año- invitó a sus audiencias a resistirse al cortoplacismo y cultivar una “mentalidad de catedral”. A las puertas de un eventual triunfo de la actual oposición (y por tanto de una eventual "borrachera electoral"), sus palabras resultan más vigentes que nunca.

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