La exministra del Trabajo debe ser capaz, en pocas semanas, de elaborar y encarnar una síntesis de izquierda cuya naturaleza nadie conoce. ¿ Qué significa ser oficialista hoy en día, sabiendo que la coalición ni siquiera tiene nombre?
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El triunfo de Jeannette Jara en la primaria presidencial fue, a no dudarlo, una bocanada de aire fresco para el oficialismo. Si, hasta hace pocas semanas, la izquierda estaba un poco derrotada de antemano, hoy parece haber ganado el derecho a competir. En efecto, al encumbrarse inmediatamente en los sondeos, Jara demostró que —al menos— es capaz de agrupar a las fuerzas de Gobierno, y eso le asegura el paso a segunda vuelta. La candidata ha mostrado carisma, talento, olfato y conexión con la ciudadanía: no es poco para los tiempos que corren.
Sin perjuicio de lo señalado, la candidata enfrenta desafíos colosales en lo que viene. Por de pronto, si bien es cierto que los números de la primaria no fueron catastróficos, tampoco dan para encandilarse. Después de todo, Jeannette Jara sacó solo 120.000 votos más que Daniel Jadue el 2021, sabiendo que el padrón creció con el voto obligatorio. Esto implica que, para ganar la presidencial, la candidata debe sumar varios millones (sí: millones) de votos adicionales. El problema es que nadie sabe dónde están esos votos. Jara enfrenta, además, una paradoja muy característica de las primarias: triunfó con gran distancia, pero ahora debe recoger las demandas de los derrotados, las mismas que no obtuvieron gran respaldo. Desde luego, esos apoyos son necesarios, pero completamente insuficientes de cara al combate mayor. El primer desafío de Jeannette Jara pasa entonces por ampliar su base electoral desde una plataforma más bien estrecha: no hay donde crecer hacia la izquierda, pero el 'centro' se parece más a un cementerio que a otra cosa.
Esto nos conduce a otra dificultad de la candidata: su relación con el Partido Comunista. Es evidente que su militancia está lejos
de ser un activo, pues la colectividad carga con una pesada mochila en materia de compromiso con la democracia. Y no es necesario ir demasiado atrás para percatarse: hace pocos años, apostaron por la caída de un Presidente electo, y avalaron activamente la violencia en las calles. El PC alentó la tesis más insurreccional del estallido, y lo hizo por razones muy profundas que cualquier militante debería reconocer: nunca han creído er la democracia burguesa ni en las libertades formales. Por lo mismo, vieron en el 18 de octubre una auténtica revolución que permitiría refundarlo todo. En este sentido, la candidatura de Jara es un problema para el PC, cuya estrategia excede con mucho la dimensión electoral. Y no se trata de predicar más o menos anticomunismo, sino de tomarse en serio la propia doctrina comunista, que se aviene mal con las instituciones de la democracia liberal. El modo en que Jara maneje este entuerto será muy revelador de la naturaleza de su candidatura.
El tercer desafío de Jara —conectado con el anterior— guarda relación con la dimensión programática. Es evidente que su programa para la primaria era más bien escuálido: ni la mera redistribución ni el acento en la demanda interna, para no hablar de la
democracia cubana, le permitirán ganar en credibilidad. Esto obliga a formular una interrogante difícil: ¿cuál es el proyecto del oficialismo más allá de derrotar a la derecha? ¿Con qué propósito quiere mantenerse en el poder el oficialismo? ¿Buscan profundizar la vocación reformista, volver por la refundación, construir una sociedad sin clases? En definitiva, ¿qué tan conforme está la izquierda con esta administración? Desde luego, la pregunta contiene un equívoco: no hay una izquierda, sino varias.
De algún modo, la candidatura de Jara se verá obligada a responder las preguntas que este Gobierno ha preferido ocultar: hay varias izquierdas, y sus proyectos no son necesariamente compatibles entre sí. No sabemos, por ejemplo, si hay economistas serios dispuestos a sumarse al comando, ni qué criterios regirían la política exterior en un eventual gobierno. Las preguntas se vuelven más complicadas si recordamos que el soporte del Socialismo Democrático a Gabriel Boric no rindió demasiado desde el punto de vista electoral. Este es, quizás, el mayor reto que enfrenta la exministra del Trabajo: debe ser capaz, en pocas semanas, de elaborar y encarnar una síntesis de izquierda cuya naturaleza nadie conoce. ¿Qué significa ser oficialista hoy en día, sabiendo que la coalición ni siquiera tiene nombre? ¿Cuál es el legado político de este Gobierno? De algún modo, Jara tendrá que responder por todas las ambigüedades, silencios e incoherencias de la izquierda en los últimos cinco años.
Desde luego, todo lo anterior tiene al menos una consecuencia: el tono liviano de la campaña de la primaria será imposible de sostener. Hoy por hoy, la izquierda necesita algo más que una sonrisa y respuestas evasivas frente a problemas graves. No se trata de negar la capacidad de Jeannette Jara a la hora de vincularse con la ciudadanía; y la derecha no debería subestimar ese rasgo. Sin embargo, esas capacidades —para ser operativas— han de ser puestas al servicio de un proyecto político. De lo contrario, se convertirán en humo al día siguiente de la elección. Esto vale también en caso de derrota: si responde estas preguntas, Jara estará construyendo la hegemonía futura con independencia del resultado. Como puede verse, la popularidad de Jeannette Jara es una gran oportunidad para la izquierda, pero puede ser también una trampa mortal si funciona como atajo para eludir —una vez más— las preguntas incómodas.