La política, que suele vivir de prometer seguridades que no puede proveer a cambio de lealtades que difícilmente logra honrar, se ve trastocada por Cristo, junto con todo lo demás.

Señor Director:
Contrario a lo que se suele pensar, hoy celebramos el evento con mayores consecuencias políticas de la historia humana. La muerte y resurrección de Cristo señalan el golpe final a la pretensión de soberanía absoluta de los poderes de este mundo. La redención, nos muestra Jesús, no pasará por las armas, por el dinero ni por el poder, por más necesarias que estas cosas sean para sostener el orden temporal, que es siempre frágil y provisional.
El mensaje es tan reconfortante como terrible: podemos ser parte de un Reino que vencerá la muerte, pero ese Reino no está hecho con los materiales de los reinos de este mundo, que tanto admiramos y de los cuales tanto esperamos. El amor, que a veces se imagina como algo suave y fácil, es en realidad una exigencia brutal: nos obliga a reconocer los límites de nuestra fuerza, capacidad y razón, y nos revela como seres dependientes, necesitados y mortales. Todo lo que más tememos.
La política, que suele vivir de prometer seguridades que no puede proveer a cambio de lealtades que difícilmente logra honrar, se ve trastocada por Cristo, junto con todo lo demás. Vale la pena reflexionar hoy al respecto.