Columna publicada el 27 de mayo de 2023 en El País.

Resulta a lo menos curiosa la manera en que el Presidente de la República decidió enfrentar un reportaje del diario La Tercera sobre el operativo policial por su visita al estadio Santa Laura, donde el mandatario llegó a ver a su equipo de fútbol, la Universidad Católica. Siguiendo una estrategia que pocos recomendarían y con la cual tenía poco que ganar, el mandatario criticó públicamente al medio y asumió el problema a nivel personal, pese a existir un comunicado oficial de Carabineros que explicaba la situación. Pero, sobre todo, eligió dar la pelea en Twitter, el más horizontal y agresivo de los espacios virtuales. Es decir, no solo entró en una pelea difícil e innecesaria, sino que además lo hizo en una cancha hostil en la que nunca triunfa nadie, como no se puede triunfar en una guerra de escupitajos. Quien entra ahí, de algún modo, acepta que saldrá a escupir y a ser escupido, lo que, en el mejor de los casos, sirve para entregarle munición a su barra brava y enardecer a sus adversarios. Lejos de aclarar el panorama y despejar incógnitas, hizo crecer una polémica que nunca debió existir.

No es la primera vez que Gabriel Boric recurre a esta vía para publicar su opinión generando polémica en el camino. Tuitero recurrente desde hace ya varios años, su paso por la red social hoy controlada por Elon Musk sirve de testimonio de las posturas del jefe de Gobierno al menos desde 2009. @gabrielboric ha comentado sobre lo humano y lo divino; sobre fútbol, poesía y libros. Por eso, este enfrentamiento puntual está lejos de ser una coyuntura olvidable o un traspié generado por el apuro. Es, más bien, el testimonio de una nueva izquierda cuya trayectoria política se ha desplegado al alero de las redes sociales y su uso a ratos destemplado.

Pero sería un error atribuir esto solamente a un error presidencial, a la torpeza de uno u otro dirigente; verborreicos, apuretes y desatinados han existido en todos los tiempos. Se trata de que la dinámica de las redes induce a extremar el discurso, a comentar irreflexivamente la contingencia, a quedar cazados por sí mismos. Así, Twitter —y las redes sociales en general— ponen al sistema político en estado de emergencia permanente, sumiéndolo en una irritabilidad poco fructífera. En este caso, ¿contribuyó Gabriel Boric con su tuit a un debate público más informado? ¿Puso el foco en donde debía estar, calmó las aguas, habitó el cargo? ¿No se rebaja Boric al pelear con la prensa por Twitter, no había nadie más que pudiera abordar el problema por él?

Parece que esta dinámica tuitera acelera la incipiente polarización de élites de nuestra dirigencia política. Chile no es el único lugar del mundo en que suceden estas cosas, desde luego. La mala experiencia del Gobierno de Donald Trump confirma, entre otros casos, el problema. Algo similar sucede con la posibilidad de hacer cualquier autocrítica, que ha vuelto a estar en la palestra a partir de las duras palabras de Natalia Piergentili, presidenta de un partido de la centroizquierda oficialista, frente a las posiciones más identitarias que afloran en una de las coaliciones del Gobierno. Salvo algunos dirigentes de esta Administración, que creen que el camino es radicalizar el programa, apretar los dientes e insistir en la fórmula de primera vuelta presidencial en 2021, es difícil dudar de la urgencia de revisar lo que es posible hacer desde La Moneda. Solo así podrán comprender por qué las izquierdas han fracasado tan estrepitosamente en las dos últimas elecciones. Pero ¿quién querrá exponerse a la vulnerabilidad que implica hacer esa autocrítica, si en cosa de minutos vendrá un ejército de trolls a despedazarte vivo, si los oponentes –y, en ocasiones, los propios– te acusarán de pusilánime, de débil, de lo que sea, con tal de poner el pie encima?

¿Acaso esto significa que debemos refugiarnos en el ostracismo, retirándonos de Twitter y las redes sociales? No necesariamente (aunque el presidente Boric haría bien en moderar su uso). Sin embargo, sí exige una mirada más crítica hacia el contexto en el que los políticos eligen expresar sus ideas. El Presidente nos ha dado una lección, aunque haya sido en el sentido opuesto del que él pretendía. En este juego de escupitajos, nadie gana.