Opinión
También podemos ser la crisis

La crisis de seguridad se agrava o se consolida porque hay actores que la alimentan, aunque no sean responsables de ella. Para que exista crimen organizado debe haber consumidores.


También podemos ser la crisis

Hace pocos días, el fiscal jefe del Equipo contra el Crimen Organizado y Homicidios, Héctor Barros, señaló en una entrevista en La Tercera un hecho preocupante, pero también evidente: existen chilenos que son consumidores de los servicios y negocios ilícitos que ofrecen organizaciones criminales como el Tren de Aragua. Y remató señalando que “si usted consume servicios de niños, niñas y adolescentes que son víctimas de trata de personas, o si usted consume tusi, drogas, o incluso si usted está disponible para comprar teléfonos robados, que es un delito, pues bien, usted también tiene las manos manchadas con sangre como el Tren de Aragua. De alguna forma usted está aportando a esta empresa delictual».

La denuncia del fiscal es inquietante: no es necesario ser un zar del crimen para alimentar al monstruo del que tanto nos queremos deshacer. Un pito de marihuana con los amigos, una pastilla en la electrónica para vivir algo distinto, una visita a los bares clandestinos de la capital. Muchas de estas prácticas alimentan una industria del crimen que acarrea violencia, destrucción y muerte, donde campean a sus anchas el tráfico de drogas, la extorsión y la trata de mujeres. Es difícil verlo, pero detrás de las risas que deja un pito puede haber una disputa sangrienta entre bandas criminales en el norte de Chile, cerca de Pichidangui. Esa pastilla de éxtasis consumida con fervor en la fiesta de moda en alguna playa del litoral central puede tener el costo de una bala loca disparada a una niña de siete años en La Pintana. Para algunos puede ser una experiencia “mística”, la de dejarse llevar un rato por los efectos de una droga; para otros es el costo de vivir donde el Estado no llega y opera la ley del más fuerte. Las líneas de cocaína consumidas en el sector oriente de la capital son las que en muchas ocasiones financian narcofunerales como el del “Guatón Mutema” en Quilicura, fenómenos que escandalizan cuando ocurren y que tratamos de explicar sin conseguirlo.

Todo esto se relaciona, además, con una aproximación algo cándida hacia la cultura del narco que cruza distintas esferas de la sociedad, partiendo por la televisión (Julio César Rodríguez ha sido uno de los artífices de todo esto). Hay cierta ingenuidad preocupante en algunos ambientes que asumen que la música urbana que relata historias de narcotráfico es una entretención muchas veces inocua, cuando también representa los modos de vida de muchos jóvenes que experimentan diariamente las quitadas de drogas, bandas rivales, pistolas “chipeadas” y códigos morales muy diferentes a los que rigen a los ciudadanos promedio. Cantantes como Villano 13Z Jocker e incluso Marcianeke son solo algunos ejemplos de esto.

 De hecho, este tipo de música urbana es brutalmente explícita, descarnada y gráfica. Es la población y el barrio al desnudo. No hay metáfora, ni ironía, ni filtros. No hay miedo, todo lo contrario. Y quizás por eso mismo cuesta tanto asumir su realidad. Preferimos pensar que hay algo medio paródico en ella, una exageración artística, un juego estético. Porque aceptar que eso es real -que hay niños de 12 años que sueñan con ser sicarios y no futbolistas- es demasiado perturbador. Pero si uno se detiene unos minutos en YouTube y observa los videos de Villano 13 o de Z Jocker, la imagen es clara: niños con metralletas y pasamontañas, fajos de billetes de veinte mil pesos volando a destajo, sables dentro de pequeños departamentos al estilo mexicano, autos de lujo con blocks deteriorados de fondo, banderas chilenas raídas y ajadas. Una distopía convertida en videoclip. El retrato de un país que todos quisieran esconder, pero que está ahí a disposición para quien quiera verlo.

La crisis de seguridad se agrava o se consolida porque hay actores que la alimentan, aunque no sean responsables de ella. Para que exista crimen organizado debe haber consumidores. Hoy, muchos ciudadanos no alcanzamos a darnos cuenta de que algunas de nuestras acciones pueden fomentar a la bestia que más tememos. En parte porque la bestia ha crecido y se ha diversificado demasiado, teniendo de paso promotores inconscientes, interesados en difundir y transformarse en embajadores de cualquier cosa que les permita mantenerse vigentes. Debemos conectar los puntos antes de que sea demasiado tarde. Como dijo el fiscal Barros, no manchemos nuestros manos con sangre.

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