La serenidad en el tono del libro Taking Religious Seriously ya nos muestra cuán atrás ha quedado el mundo del “nuevo ateísmo” y sus contradictores, que hace dos décadas dominaban la escena con sus recursos polémicos. Se habla mucho de que en lugar de eso habría hoy un renacer religioso. No sé si es así, pero la obra de Murray confirma que al menos ha vuelto una curiosidad intelectual que parecía ahogada.

En su larga carrera como cientista social, Charles Murray ha sido una figura siempre provocadora, imposible de ignorar. Hace algo más de una década, publicó Coming Apart, texto fundamental a la hora de diagnosticar la creciente fractura de nuestra sociedad. Su última obra, sin embargo, se sitúa en un plano muy distinto. El recién publicado Taking Religious Seriously cuenta la trayectoria de sus propias ideas religiosas. Había comenzado en realidad a escribir una autobiografía, cuando captó que su transformación intelectual en este plano podía ser bastante más interesante que la vida de un académico. Después de todo, millones de personas conocen la experiencia de que la religión se les vuelva irrelevante tras alcanzar cierta educación o cierto éxito, y así había transcurrido buena parte de su propia vida.
El libro es interesante en muchos sentidos. Aunque Murray nunca le ha hecho el quite a la controversia, este es un texto nada de combativo. Simplemente muestra qué cosas lo fueron convenciendo a él de adherir a posiciones más clásicamente teístas. Pero esa serenidad del tono ya nos muestra cuán atrás ha quedado el mundo del “nuevo ateísmo” y sus contradictores, que hace dos décadas dominaban la escena con sus recursos polémicos. Se habla mucho de que en lugar de eso habría hoy un renacer religioso. No sé si es así, pero la obra de Murray confirma que al menos ha vuelto una curiosidad intelectual que parecía ahogada.
Es muy interesante, asimismo, que el texto no se cruza en absoluto con el actual clima político y cultural, por bien que Murray lo conozca: aquí no le interesa mucho la utilidad social de las creencias, sino simplemente su verdad o falsedad. En ese sentido, cabría contrastarlo con el reciente texto de otro gran cientista social, Hartmut Rosa, cuyo título apunta que “La democracia necesita religión”. Puede que la necesite, pero eso no es lo que le interesa a Murray.
En cualquier caso, lo que lo vuelve una adecuada lectura navideña es el hecho de que Murray no se detiene en una evaluación general de la religión, sino que discute de modo concreto las pretensiones de verdad del cristianismo. Tomar la religión en serio es hacerlo con esa particularidad, y Murray se introduce en todas las discusiones relevantes sobre el valor del testimonio histórico de los evangelios. Por otro lado, con una sencillez notable, reconoce lo tarde que se llegó a plantear algunas preguntas elementales (como por qué existe algo en vez de nada). Si eso le ocurre a un estudioso de su rango, el libro puede también leerse como un juicio sobre nuestro sistema educativo. Pero si –dentro o fuera de ese sistema– la curiosidad vuelve a despertar, este será uno de tantos libros que sirven de orientación.



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