Aunque Campos declara pertenecer a los bordes del campo literario, con el maravilloso Diarios (Laurel, 2022) y, ahora, con Negocio familiar, transforma ese margen en un espacio de originalidad dentro de él, con un estilo reconocible y cuya estirpe literaria posee un prestigio tan alto como los novelistas y poetas de ínfulas canónicas.

Sobre Negocio familiar. Sobre el trabajo, la riqueza y el progreso (Tusquets, 2025), de Álvaro Campos
A pesar de su aparente voluntad por erigir una figura literaria al margen de la institucionalidad cultural, la publicación de Negocio familiar, el segundo libro de Álvaro Campos, lo consolida como una de las voces más originales y sugerentes de las letras nacionales. Con sus prosas filosóficas que muy hábilmente transitan desde la cotidianidad de un almacén de barrio hasta la lectura atenta de la tradición moralista francesa, Campos construye un volumen lleno de fragmentos ingeniosos, divertidos y afilados, repletos de imágenes cargadas de ironía y sabiduría. En este ejercicio abundan la palabra justa y concisa, los chispazos de humor y los retazos de escepticismo y pesimismo propios de esta tradición poco explorada en Chile, pero que con libros como los de Matías Rivas o de Francisco Díaz Klaassen, y a los que se suman los del propio Campos, van dando cuenta de un movimiento literario que complejiza y se amplía más allá los géneros tradicionales. ¿Cuál es ese canon? El de Blaise Pascal, el de Ribeyro en sus Prosas apátridas, de Lichtenberg, Pla y Trapiello, entre muchos otros.
Como bien dice el subtítulo del libro, las prosas aquí contenidas versan de manera principal en torno al trabajo, el dinero, la modernización y el modo en que estos elementos configuran una sociedad muy particular en el Chile reciente. El autor valora el boom económico de las últimas décadas; sin embargo, anota la imposibilidad de su generación de reconocer ese avance material a causa de la presión de los más jóvenes, a quienes critica con justas dosis de ironía.
Su punto de partida es íntimamente biográfico: “Mi padre, producto de los grandes despidos de trabajadores de la crisis de 1982, se lanzó a la aventura de ser tendero, y le cambió la vida y también la mente”. Serán esos cambios de hábitos y de mentalidades lo que el libro explorará de manera primordial. A pesar de que temas tan serios y graves puedan ser, en otro lugar, objeto de sesudos estudios académicos, aquí están vistos desde la pura literatura: Negocio familiar se construye desde ejercicios de estilo que pocas veces exceden las dos páginas, pero que la mayor parte del tiempo no son más que uno o dos párrafos. De ese modo, en una escritura siempre en busca de la precisión, la brevedad y la expresividad, se toca una infinitud de temas: la esterilidad de la envidia, la vida de la población, las supersticiones, la distinción entre dinero y riqueza, la lectura de diarios de escritores, la percepción social de los tatuajes, la clasificación política de los artistas, la difícil (o imposible) relación del dinero con la epopeya o la fe de la generación de sus padres en el mérito, entre muchos otros. En medio de todos ellos, hay una profunda reflexión sobre la relación entre la sociedad burguesa, con su valoración radical del dinero y la ganancia, y las posibilidades de la creación artística e intelectual: “El dinero pareciera simbolizar la transacción mercantil y la bajeza del comerciante, la riqueza como una condición hereditaria, invendible e intransable propicia para la vida del pensador. El dinero es la depredación sin medida, la riqueza el regazo del ocio intelectual”.
Por la solapa del libro —y los varios guiños biográficos presentes en el texto— sabemos que el autor trabaja atendiendo el almacén familiar. Lo pedestre del intercambio comercial es un riesgo para su literatura, que Campos cultiva entre cliente y cliente, intentando no perder el hilo de las ideas (ni caer en estafas de algunos clientes más pillos, como nos relata con humor). Además de observar con lucidez los cambios en los hábitos de consumo, el autor de Negocio familiar constata la radical modificación del vínculo que, en una sola generación, se establece con esos bienes materiales: “Esta generación no sabe vivir en recesión. Se desesperarían. Miren cuánto cuesta una zapatilla, un viaje, una cuenta de un bar, todas esas necesidades que antes no existían, pero que hoy, para que los que las gozaron, ya no se pueden abandonar. Y con esas ‘necesidades’ adquiridas, las básicas se transforman en una bomba de tiempo”.
Esas reflexiones sobre el dinero y el intercambio derivan en una interpretación sobre el devenir de la sociedad y la política chilena: “Todos los que se crían con más de veinte sabores cosmopolitas, sin saberlo, cambian su pensamiento político”. De ahí que el escritor aparezca como un personaje paradójico, ambivalente en su modo de aparecer en el mundo: hijo orgulloso de la clase trabajadora, pero al mismo tiempo defensor del consumo que permite acceder a comodidades y placeres nunca vistos por sus mayores. El texto, sin embargo, no se queda en las puras reflexiones acerca de los objetos y las posibilidades que tenemos de acceder a ellos: esos elementos cotidianos, a su vez, sirven como estímulo a una reflexión de profundo peso filosófico: “Puedes jugar excepcionalmente todo el partido, pero si el gol te lo hacen en el minuto noventa y es tu culpa, todo se derrumba, nadie se acuerda que jugaste bien. En la vida es lo mismo, solo que el error al final del partido es inevitable. El error no es voluntario, pero pesa igual, es el sufrimiento y la soledad de la vejez. El minuto noventa que hace olvidar todas las alegrías de la vida”. Pero no todo es gravedad y profundidad antropológica, sino que también hay espacio para el humor, un recurso frecuente que Campos utiliza con suma habilidad: “El equilibrio perfecto en un hogar, que ya de por sí es desequilibrado con respecto a las tareas masculinas, siempre insuficientes comparadas con las femeninas, se debe a esa ley que dice que el hombre debe permanecer el menor tiempo sentado. Eso se soluciona fácilmente, según un amigo que escuché la otra vez: ‘En la casa no hay que hacer nada, pero siempre hay que estar de pie’”.
Como decíamos al comienzo, aunque Campos declara pertenecer a los bordes del campo literario, con el maravilloso Diarios (Laurel, 2022) y, ahora, con Negocio familiar, transforma ese margen en un espacio de originalidad dentro de él, con un estilo reconocible y cuya estirpe literaria posee un prestigio tan alto como los novelistas y poetas de ínfulas canónicas. Algunos de estos nombres (Lichtenstein o Trapiello, entre otros) están presentes en las reflexiones aquí contenidas —en más de una ocasión, citados oportunamente—, y permiten leer a Campos como un autor atento a esa tradición e inclinado a compartir ese modo de estar en el mundo, cruzado por el pesimismo, la distancia y el escepticismo de una prosa que nunca deja de interrogarse a sí misma, ni menos aún al mundo que la hace posible.