El momento actual exige más que eslóganes de campaña o promesas de orden (aunque incluso eso debe formularse mejor): exige ideas de largo plazo, coraje político y una genuina voluntad de reconstruir un pacto duradero que sea lo más amplio posible no solo política, sino que también socialmente.

De no haber grandes sorpresas, es probable que la candidata de Chile Vamos, Evelyn Matthei, sea la próxima presidenta de Chile. Aunque durante los últimos meses su candidatura ha perdido tracción, todas las encuestas muestran que, de los candidatos opositores, Matthei es quien gana en todos los escenarios posibles. Si bien nadie puede descartar vaivenes de última hora—en algún minuto muchos daban por seguro el balotaje Lavín versus Jadue—, es indudable que hoy la exalcaldesa de Providencia tiene la primera opción de llegar a La Moneda.
Frente al gobierno actual, muy deficiente en casi todas las materias, no es difícil imaginar a uno de Matthei ordenando el gallinero. Y eso no es poco. La administración de Boric ha ayudado a recordar que buena parte del éxito de un gobierno se juega precisamente en la gestión diaria de la maquinaria estatal; en hacer funcionar hospitales, colegios, consultorios y oficinas públicas. Como dice el cientista político Joel Migdal, el Estado también está conformado por sus prácticas y relaciones cotidianas con los ciudadanos. La lección es clara: de nada sirve soñar con construir un Estado nórdico si no somos capaces siquiera de echar a andar nuestra actual maquinaria pública.
Sin embargo, la eficiencia administrativa no basta y Evelyn Matthei no parece tenerlo demasiado claro, al menos según su entrevista del fin de semana, donde su principal énfasis estuvo en la gestión y en los expertos. Si Chile Vamos quiere hacer algo más que administrar el desastre provocado por el oficialismo y dejarse arrastrar por la dura contingencia debe ser capaz de ofrecer un horizonte más allá de esta campaña presidencial y de estos cuatro años; y eso exige enmarcar su proyecto también en una épica, una aspiración mayor. El modelo chileno de desarrollo parece agotado y los consensos que hicieron de nuestro país uno de los más exitosos de América Latina se quebraron en mil pedazos. Aunque quisiéramos, no podemos volver a la década de los 90 y los 2000 y repetir las célebres fórmulas de la Concertación, hoy recordadas con nostalgia.
Es necesario, entonces, que la centroderecha encuentre un lugar en el mapa político y ofrezca un camino propio. Para ello, urge plantearse algunas preguntas cuyas respuestas orienten el quehacer de un gobierno y el rumbo de una candidata: ¿qué país imagina Chile Vamos para las próximas décadas? ¿Cuál es la estrategia de desarrollo que ofrecerá a los chilenos? ¿Cómo planean volver a encauzar al país? Además de las cuestiones propiamente económicas: ¿cómo explican los problemas de la natalidad? ¿Qué harán para resolverlos? ¿Cuál es su propuesta para enfrentar el cambio climático y sus consecuencias territoriales? ¿Qué políticas tienen para la vivienda, la integración urbana y el transporte público? ¿Qué visión tienen sobre el sistema de salud y el envejecimiento acelerado de la población? ¿Cuál es su plan para aumentar la productividad, enfrentar la informalidad laboral y adaptarse a la revolución tecnológica? ¿Cómo fortalecerán las instituciones democráticas y la seguridad sin caer en populismos punitivos? ¿Qué plan tienen para la descentralización del país?
Estas y otras preguntas debieran estar en el centro de cualquier proyecto político digno de ese nombre; sin embargo, pese a contar con equipos programáticos que conocen el Estado y que parecen preocupados de muchas de estas materias, la candidatura de centroderecha parece estar presa de la contingencia, siempre reaccionando (e improvisando) a lo que hace o piensa el adversario y pocas veces proponiendo ideas que apunten al fondo de las discusiones más relevantes de nuestra vida común. Y por eso se ve débil, como resignándose a aparecer por el emplazamiento permanente de sus contrincantes a la derecha.
Quizás ayude en ese desafío que la centroderecha se abra hacia nuevos grupos y renueve sus cuadros. Aunque existen honrosas excepciones, las cúpulas de Chile Vamos tienden a ser muy homogéneas, pobres de experiencias vitales y con mundos pequeños y socialmente cerrados. Esto es ingrato de recordar, pero cuando ciertos grupos de izquierda denuncian que las dirigencias de la centroderecha tradicional provienen de los mismos colegios, los mismos amigos, las mismas comunas, las mismas familias no están mintiendo. Falta empaparse de otras realidades y, en particular, dejar de menospreciar lo que ocurre en regiones, en otros barrios y en todo lo que no venga de sus círculos. Hay que ampliar la mirada para observar lo que está pasando alrededor y captar que Chile (y el mundo) va más allá del propio metro cuadrado.
En suma, si la derecha quiere gobernar debe proponer algo más allá de la pura eficiencia administrativa: necesita articular una visión de país que hable del futuro con convicción y responsabilidad. No basta con ganar elecciones; hay que saber para qué se quiere ganar y con quiénes. El momento actual exige más que eslóganes de campaña o promesas de orden (aunque incluso eso debe formularse mejor): exige ideas de largo plazo, coraje político y una genuina voluntad de reconstruir un pacto duradero que sea lo más amplio posible no solo política, sino que también socialmente. Porque sin proyecto, por más que se gane, se gobierna sin rumbo. ¿Está Chile Vamos y su candidata dispuestos a asumir ese desafío?