Columna publicada el 2 de junio de 2023 en La Tercera.

El Presidente Gabriel Boric comenzó su discurso presidencial diciendo que el encuentro con la realidad no había modificado sus convicciones, pero sí sus prioridades. A esta declaración le siguieron tres horas de felicitaciones al propio gobierno y promesas varias, en casi todas las áreas imaginables. Habrá que suponer que si las prioridades no hubieran estado claras, el discurso habría durado seis horas.

El tono de lo dicho fue conciliador. Desde la derrota del proyecto constitucional de la Convención (que él apoyó a fondo, pero del que ahora habla como una ajena y distante locura facciosa), el Presidente se ha quedado casi todo el tiempo en su personaje de segunda vuelta. Su única gran recaída al Boric de primera vuelta, el de los indultos, le salió carísimo. Igual en su discurso siguió pidiéndole disculpas a la ultra universitaria por no ir más rápido, pero ya casi en un susurro. Sin embargo, la convivencia en la misma persona del ultrón y el demócrata -de harta mayor relevancia pública que el asunto de lo masculino y femenino- le seguirá pesando hasta el final del gobierno. No hay chaqueta que aguante tantas vueltas.

Respecto a los 50 años del golpe, está claro que todavía no dan con un relato. El remix presentado fue una especie de “Allende Vive, ni perdón ni olvido, con civiles y militares, los problemas de la democracia se solucionan con más democracia”. Tengo la impresión de que van derechito a la pata de los caballos: reivindicar a la izquierda sesentera y setentera al mismo tiempo que alabar la democracia es un absurdo. Nuevamente, no se puede ser ultrón y demócrata al mismo tiempo. Tendrá que elegir entre Altamirano y Aylwin, y no puede elegir. Entonces todo, probablemente, va a salir mal.

La Nueva Izquierda, quiéralo o no, no tiene las credenciales democráticas que tenía la Concertación ni porta la legitimidad sacrificial de las víctimas de la dictadura. Lo que sí cargan es la responsabilidad de haber aplaudido y avivado el violentismo demencial que asoló al país en octubre de 2019. El podio moral desde el que les gusta discursear es de un plumavit muy, muy delgado, pero parecen no notarlo (como la ministra Vallejo, que salió a condenar muy segura de sí a quienes defienden el legado político de Pinochet, cuando todos conocemos sus fotos abrazando a Fidel Castro como si fuera el Viejo Pascuero).

Por otro lado, el apoyo explícito a Elisa Loncón en el caso de la petición de los antecedentes académicos que justificarían su sabático -denegados por la USACH- es un error gratuito, a menos que al Presidente le conste que no hay nada sospechoso ahí (aunque también le “constaba” que sus indultados “no eran delincuentes”). Si las cosas resultan ser de otro modo, habrá nuevamente puesto las manos presidenciales al fuego sólo para chamuscarse. Él sabe bien (“está vivaldi”, podría decirse en jerga popular) cómo funcionan las trenzas de poder y amigotes en muchas universidades estatales y debería calcular mejor los riesgos que está corriendo.

Finalmente, entre tanta promesa de derechos y cuidados, no puedo dejar de mencionar el hecho de que la campaña de vacunación nacional contra la influenza y el covid está siendo un total fracaso frente a los ojos de todo Chile, y ni al Presidente ni a nadie en el gobierno parece importarle. El sistema de salud ya está bajo una tremenda presión, con las camas a tope, y el invierno ni siquiera ha entrado. ¿Creerá el Presidente que en su base de apoyo hay muchos antivacunas o simplemente este tema les quedó grande y no quieren reconocerlo?

Como sea, si esto sigue así, sonarán este invierno muchas campanas funerarias. Y es que, cuando colapsan los servicios de salud, mucha gente muere de distintas cosas por no poder recibir una atención oportuna. En las más de tres horas de discurso ese elefante permaneció sentado en la habitación. Cuando suenen las campanas este invierno, entonces, sonarán por todos, como en el famoso texto de John Donne citado por el Presidente. Pero en su conciencia repicarán dos veces.