Columna publicada el martes 24 de mayo en El Líbero.

Las ácidas declaraciones de Natalia Piergentili en La Tercera abrieron un no-debate en el oficialismo. El ministro Elizalde negó que las afirmaciones de la timonel del PPD apuntaran a un problema real de las izquierdas que gobiernan. La ministra Tohá también reaccionó molesta, lo que ameritó una sentida peregrinación de la presidenta de su partido a La Moneda para disculparse por sus dichos.

Es cierto que luego del resultado electoral del 7 de mayo sus palabras pueden parecer la queja de quien habla por la herida. Pero ¿se puede descartar de plano el fondo del asunto? ¿No hay en las izquierdas una tensión entre las preocupaciones identitarias y aquellas de las grandes mayorías? ¿Ha habido, más allá de palabras de buena crianza, una genuina autocrítica en el gobierno y sus partidos?

Aunque con menos polémica, Noam Titelman ha formulado preguntas similares. En una entrevista reciente con El País, Titelman reconoció que la la nueva izquierda se pensó como una red de diversas luchas –económica, feminista, medioambientalista, regionalista, indigenista–. O, como dijo Cristián Valdivieso, la izquierda “se ha embriagado de globalismo, city bikes, anteojos con marco allendista pero sin aumento, particularismos y un feminismo universitario, iluminado y pequeñoburgués que poco conecta con las grandes mayorías”. Algo parecido sucedió acá: cuando Gabriel Boric apuntó a ese nicho en la primera vuelta presidencial quedó desplazado al segundo lugar. Para el balotaje, el Mandatario se vio forzado a cambiar de tono y programa. No es tan diferente a lo que demandó el fin de semana la presidenta del PPD.

Más allá de la polémica por las etiquetas de ‘monos’ y ‘compañeres’, la izquierda no debiera –como hicieron Tohá y Elizalde– eludir la discusión de fondo. La izquierda identitaria es capaz de aglutinar descontentos, rabias y broncas; puede ofrecer un enemigo común, pero no logra concordar un rumbo compartido ni ofrece certezas en un panorama confuso. Piergentili, con cierta tosquedad, les da una nueva oportunidad para tomarse en serio tal desafío. ¿Cómo explicarse que en una situación tan crítica nadie sea capaz de enfrentar la tragedia de unas izquierdas abandonadas por los sectores populares, por segunda vez en menos de un año? Tal vez el abismo que se abre es tan grande, que pocos quieran tocar el corazón de lo que queda de gobierno. Enfrentar a los propios fantasmas es tan doloroso como necesario.

Para nadie es una novedad que gobernar se ha vuelto cada vez más difícil. La velocidad con la que crecen y se derrumban los apoyos ciudadanos está lejos de ser un problema exclusivo de esta nueva izquierda. Por lo pronto, también exige preguntarse por qué la alternativa de centroizquierda lleva tantos años sin grandes triunfos electorales; por qué los otrora poderosos PS, PPD y DC hoy son apenas espectros de su éxito previo. Pero Piergentili toca la fibra del problema al que se ve enfrentado el poder hoy en Chile: ¿sobre qué se construye? ¿A quiénes se debiera apelar? ¿Basta con azuzar la indignación o la identidad, o una mezcla de ambas, para sostener un proyecto político?

Si lo anterior es cierto, la reflexión no solo corre para las afligidas izquierdas que intentan gobernar. También es un llamado de atención para quienes han creído domar la ola de los cabreados, o que tratan de fundar sus proyectos en una lógica identitaria. Piergentili, por más que se haya disculpado o que no lograse sostener su punto en Tolerancia Cero, abrió una puerta de crucial relevancia para nuestro momento político. Todo menos leseras.