Columna publicada el viernes 19 de mayo en El Mercurio.

“Al final solo fui el horno”. Así explicaba su experiencia Chloe, la mujer a quien Kim Kardashian y Kanye West encargaron la gestación de una niña, sumándose a las miles de parejas o personas que han convertido esta práctica en una industria millonaria a nivel mundial. La frase, que se repite en muchos relatos sobre esta materia (dicha tal cual o mediante sinónimos como “incubadora” o “contenedor”), es ilustrativa de uno de los reparos éticos fundamentales a la gestación subrogada, a saber, la degradación de las personas que se ven involucradas en ella. La filósofa Elizabeth Anderson resume bien el problema: mediante esta práctica tanto la madre gestante como el niño reciben un tratamiento inferior al que merecen. Es decir, no son valorados como personas —como un fin en sí mismos—, sino como meros instrumentos al servicio de fines ajenos.

Por un lado, la mujer es considerada como un receptáculo; como un objeto del que se puede disponer y luego simplemente prescindir. Solo cumple una función técnica mediante su embarazo, poniendo su cuerpo a disposición de otros, con la exigencia de no comprometerse existencialmente en el proceso de gestación. Esta pretendida disociación entre la mujer y su cuerpo implica una radical deshumanización: la convierte a ella en una máquina reproductiva —incluso algunos postulan la idea de aprovechar también a las mujeres en estado vegetal—, y al embarazo en la fabricación material de un producto. Ya no se trata de un acontecimiento moral y afectivo, mediante el cual se trae a un ser humano a la existencia, involucrando a la madre y al hijo en su totalidad.

Por otro lado, el niño también es cosificado y tratado como mercancía. El hijo deja de ser un don y pasa a ser un “derecho” que los padres intencionales pueden obtener por cualquier medio y a cualquier costo, e incluso rechazarlo en caso de que no cumpla con los requisitos establecidos (si el producto, por ejemplo, es “defectuoso”). Asimismo, la mujer gestante, aunque comúnmente se encuentra en una situación de vulnerabilidad que condiciona de algún modo su decisión, también instrumentaliza al niño en sus entrañas, al tratarlo solo como un medio de intercambio monetario. Y finalmente, el niño también es utilizado por todos los intermediarios de este proceso —abogados, médicos y agencias—, quienes obtienen grandes ganancias por medio de esta forma de explotación humana.

En Chile el debate respecto a la gestación subrogada recién comienza. Sin embargo, se han levantado voces críticas desde veredas muy distintas, incluyendo a la ministra Orellana. Esto, en un marco de creciente cuestionamiento a esta práctica a nivel mundial cuyo objetivo común es salvaguardar la dignidad humana de las mujeres y de los niños. Esto supone un piso mínimo fundamental: tratarlos como alguien y no como algo. Eso es lo que está en juego.