Carta publicada el 22 de mayo en El Mercurio.

Señor Director:

En su editorial del jueves “Chat GPT y educación universitaria”, se plantea con acierto que prohibir innovaciones que parecen amenazantes no es una buena idea ni eficaz. Tampoco lo es la desregulación.

Es innegable que aplicaciones como Chat GPT ya están al alcance de los alumnos, pero eso no implica que los profesores deban resignarse y creer que no tienen nada más que hacer. Hay aspectos cruciales, como la integridad académica, que siempre resultan difíciles de garantizar. ¿Cómo distingue el docente si un ensayo o examen fue realizado por el alumno o por el chatbot? (los softwares actuales muchas veces no detectan el plagio). Aquí es donde el profesor debe encontrar la forma de evaluar y promover habilidades que son insustituibles por estas aplicaciones, como el pensamiento crítico y la argumentación.

Reconociendo la imposibilidad de prohibir, el desafío reside en regular y delimitar su uso en el ámbito educacional, para aprovechar su potencial sin comprometer elementos esenciales de la formación académica. Lograr ese equilibrio es tal vez la principal tarea que impone este nuevo escenario.