Columna publicada el día domingo 5 de marzo de 2023 por La Tercera. 

La situación económica ha repuntado bajo la gestión del Ministro Marcel, pero el tema es tratado con paños fríos por el propio gobierno, pues saben que viene un año particularmente difícil. Según el último informe de finanzas publicas emitido por Hacienda, el producto interno bruto (PIB) se contraería un 0,7% en 2023. Es decir, la economía nacional ya no sólo se vería estancada, sino que decrecería. La buena noticia, en todo caso, es que la inflación lograría por fin ser puesta bajo control, a menos que vuelva el show de los retiros, hacia fin de año. Las arcas fiscales, en tanto, estarán operando con un 2,4% de déficit, que es mejor al esperado (atrás quedó la época en que la meta era el superávit estructural del 1%: hoy el objetivo es que la deuda pública, que el 2023 alcanzará los 129 mil millones de dólares o el 39% del PIB, aumente  “sólo” un 2% cada año). En suma, vacas bastante flacas. Menos consumo, menos inversión y más desempleo. 2023 será un año de resaca.

En paralelo a la economía, es difícil que la seguridad pública mejore en 2023. Según las cifras de la subsecretaría de la prevención del delito, la tasa de casos informados por Carabineros e Investigaciones creció un 44,6% entre 2021 y 2022, aumentando especialmente el robo con violencia (63%) y el robo con sorpresa (61%), aunque seguidos de cerca por todos los demás tipos de robos y hurtos. Los homicidios, en tanto, aumentaron un 30% en el mismo periodo, de 695 a 934, siendo cada vez más los casos que terminan impunes. La peor parte en todas estas cifras las tiene la “macrozona norte”, afectada especialmente por la crisis migratoria y la operación de bandas criminales. El descontrol fronterizo está atrayendo delincuentes extranjeros, que levantan nuevas organizaciones criminales en Chile o refuerzan las ya existentes. Todo esto en línea con un aumento sostenido del narcotráfico, el tráfico de armas y el tráfico de personas. La “macrozona sur”, en tanto, ha visto una disminución en la actividad etnoterrorista y de las bandas criminales gracias a la presencia militar en carreteras, pero nada para festejar: estamos lejos de restablecer el estado de derecho. En suma, no hay razones para pensar que 2023 será un año menos malo en materia de seguridad, especialmente considerando que una caída económica siempre impulsa el delito.

Finalmente, la conducción política del gobierno está regida por una estrategia deliberadamente ambigua e inestable: para evitar poner en riesgo el apoyo de los sectores duros de la izquierda, el Presidente Boric ha optado por darles en el gusto cada cierto tiempo. Esta inconstancia política ha elevado enormemente los costos de buscar acuerdos con el oficialismo para los sectores de centro y centroderecha, reforzando a la oposición más dura, que parte de la base de que no se puede confiar en el gobierno y que cualquier acuerdo con él es signo de cobardía y entreguismo. Hoy Boric gobierna parapetado, a duras penas, en el tercio de izquierda.

Con todo esto en la mesa, más un proceso constitucional que necesita evitar toda beligerancia para sobrevivir, la aparente decisión del gobierno de convertir los 50 años del golpe de Estado en un hito faccioso parece descaminada y peligrosa. La eficacia simbólica del evento en relación a aglomerar a los distintos sectores de la izquierda debe ser sopesada con el incentivo a la polarización que la disputa en torno al 11 de septiembre de 1973 representa, y los efectos que puede tener dicha polarización en el escenario arriba mencionado.

Dicho en crudo, rememorar laudatoria y acríticamente a un gobierno de izquierda (el de Salvador Allende) que naufragó, entre otras cosas, por su ambigüedad en un contexto de crisis económica y desorden público, es una mala idea, a menos que se haga desde una posición fuerte en esos aspectos, que no será el caso del gobierno de Gabriel Boric. Y traer de vuelta a primera plana al fantasma portaliano de Pinochet en un contexto de cambio de clivajes (como mostró el 4S), crecimiento de la ultraderecha, caída persistente de la valoración popular por la democracia e idealización de figuras autoritarias como Nayib Bukele, suena por lo bajo irresponsable. Ese tiro huele a culata.