Columna publicada el domingo 12 de marzo de 2023 por La Tercera.

Al comienzo de su gobierno, el Presidente Gabriel Boric usó una metáfora aeronáutica para describir su situación: “despegamos con turbulencias”, dijo en abril de 2022. Las turbulencias, como se sabe, son agitaciones en el flujo aéreo producidas por cambios de presión, tormentas o frentes de aire frío o caliente. Estas agitaciones no suelen revestir peligro alguno para la aeronave, pero pueden causar una gran incomodidad en los pasajeros. En este sentido, la metáfora presidencial era correcta, ya que resultaban innegables las complejas condiciones sociales y políticas en que asumían el mando, pero también era claro que elevaban vuelo con un fuerte impulso -una votación histórica- y total seguridad en cuanto a su capacidad y destino.

Sin embargo, al poco andar la nave de gobierno comenzó a verse en problemas distintos a las turbulencias. Todo indicaba que los instrumentos de navegación estaban arrojando datos equivocados. Estos instrumentos de navegación, en política, son los equipos humanos y las ideologías que median entre el gobernante y la realidad. Un Presidente, como el piloto de un avión de gran fuselaje, no puede gobernar “al ojo”. A diferencia de un piloto aeronáutico, eso sí, el Presidente diseña su propio tablero de navegación. Y ahí es donde suelen comenzar los problemas de casi todos los gobiernos democráticos.

Los aviones vuelan gracias a que la forma de sus alas empuja el flujo de aire hacia abajo, elevándolos. Esto funciona mientras el aire circule de manera limpia a través del ala, generando un volumen de aire mayor en la parte trasera y, por esa vía, haciendo flotar la nave. Se llama “ángulo de ataque” al ángulo formado entre la cuerda o dirección del ala y el viento relativo. De dicho ángulo, que es ajustado por el piloto de acuerdo a lo que le indican sus instrumentos de navegación, depende la sustentación del avión. Un ángulo de ataque equivocado puede hacer que un ala o ambas dejen de funcionar, provocando una caída en círculos, en el primer caso, o en picada, en el segundo.

El gobierno de Gabriel Boric asumió con la convicción de que la mayoría del país deseaba dar un agresivo viraje hacia la izquierda. En su plan de vuelo, los primeros meses serían de suave giro, hasta que la Convención Constitucional produjera un momento de quiebre político que les permitiría una maniobra decidida. Los problemas de sustentación del ala izquierda, sin embargo, comenzaron temprano. Algo estaba mal en el ángulo de ataque, y los controles no parecían captarlo. La preocupación popular por la seguridad pública, el crecimiento económico y la migración descontrolada crecía, pero el gobierno no era capaz de tomarle el peso. No podían, pues según sus intelectuales e ideólogos esas no eran las verdaderas prioridades populares. Mediante tímidas correcciones, entonces, el avión se mantuvo a flote.

El momento de mayor peligro vino con el apoyo cerrado del gobierno a la Convención. Había llegado la hora del giro radical, de zambullirse en las fuerzas de la historia. Y el brutal resultado del plebiscito hizo que, por un momento, el ala izquierda del avión perdiera toda su capacidad. El aire que alegremente la surcaba se volvió un cerro de ladrillos. Y el gobierno comenzó a girar en círculos mientras caía.

Como obviamente no soy piloto, además de los posibles errores ya cometidos, creo que plantear que Gabriel Boric logró recuperar control de la nave luego de perder sustentación del ala izquierda es una ruptura fantasiosa de la analogía, pues por lo visto esto es prácticamente imposible en el caso de un avión. Sin embargo, eso pasó: el piloto corrigió el ángulo de ataque, confió en algunos aparatos (concertacionistas) de medición de emergencia y el avión volvió a sostenerse, aunque ahora sin plan de vuelo. Y el Presidente hoy sigue tratando de ajustar el tablero y lograr un ángulo de ataque óptimo, pues el ala izquierda sigue dando problemas, como vimos con la reforma tributaria.

En eso estamos hoy. De eso se trató el cambio de gabinete. Nuestro capitán ya no parece atreverse a giros radicales, pero tampoco parece saber adónde vamos. El problema es que ya no queda tanto tiempo para tener que comenzar las maniobras de aterrizaje.