Reseña sobre Cuaderno antártico (Tusquets, 2022), de Óscar Barrientos Bradasic, publicada el jueves 2 de febrero de 2023 por Ciper.

En una escena memorable de El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad, Marlow relata que, cuando pequeño, observaba un viejo mapa en que el interior del continente africano aparecía en blanco. Sin nombres ni colores, sin pueblos ni ciudades, sin ríos ni fronteras, África era un gran espacio vacío, una incógnita a la cual el hombre europeo todavía no había llegado —no había sido, por tanto, catalogada y clasificada de acuerdo con los criterios de la modernidad—. Muchos años después, cuando un Marlow ya adulto remonta el río Congo en busca de Kurtz, esa falta de referencias resuena en la experiencia del horror que como lectores contemplamos. Sin la violencia agobiante de la obra de Conrad, Cuaderno antártico, de Óscar Barrientos (1974), comparte algo de esa búsqueda por cartografiar lo desconocido, por dotar de nombres y colores un territorio que, ahora sí con cierta justicia, se representa en los mapas como un gigantesco espacio en blanco.

El libro de Barrientos, profesor de literatura de la Universidad de Magallanes, está compuesto por una treintena de capítulos breves que se sumergen en dos dimensiones de su expedición. La primera es una bitácora de su travesía —en sus palabras, una residencia artística que provoca extrañeza entre sus compañeros de viaje en el crucero Ocean Nova—, en la cual va dando cuenta de su observación de la fauna, del paisaje y de los personajes con quienes comparte aquellos días. El explorador es lúcido a la hora de ver los riesgos que supone la elaboración de su testimonio: «Uno de los grandes peligros de un viaje hacia un mundo desconocido es que se realice para confirmar hipótesis ya preconcebidas». Así, el escritor quiere sortear, con éxito la mayor parte del tiempo, la obviedad de una Antártica vista como aquel territorio inconmensurable, donde el hombre no es más que una pequeñísima parte de una naturaleza inmensa.

En la segunda dimensión, Barrientos pasa revista a los numerosos imaginarios que se han elaborado sobre aquel continente, incluso antes de que la conciencia moderna lo hubiese incluido en sus mapas y atlas, cuando esta gran masa de hielo no era más que una idea, algo que «fue imaginado antes de explorarse». Así, desde la designación de Terra Australis Ignota hasta los escritos de Joseph Hall, Restif de la Bretonne o Valeri Briúsov, pasando por las teorías de los filósofos griegos o los documentales del chileno Luis Cornejo, el continente blanco es mucho más que un territorio alrededor del Polo Sur. Se convierte, más bien, en un lugar que simboliza, según el caso, lo extraño, lo desconocido, lo distinto o lo puro e incontaminado. Escenario de la Guerra Fría, de utopías de diversa índole o guarida de los villanos en las películas de James Bond, la diversidad de miradas que han situado en la Antártica las esperanzas y los miedos de nuestra civilización hacen sumamente interesante la revisión bibliográfica de Barrientos.

Esta segunda dimensión, sin embargo, opaca el aspecto más personal y subjetivo de la mirada del explorador. Por momentos, parece refugiado detrás de un exceso de referencias librescas desde las cuales aprehende la realidad. El lector se vuelve más importante que el viajero; el bibliófilo más que el testigo, y el problema no es trivial si es una bitácora o un cuaderno de viajes de lo que estamos hablando. En vez de contemplar un sujeto que se examina a sí mismo o que explora su conciencia mientras transita al confín del mundo, tenemos un ratón de biblioteca que deja poco espacio para preguntarse sobre su propia personalidad. El viajero y el erudito, además, parecen caminar por rutas separadas, tanto en el lenguaje que ocupan como en las experiencias que narran. Y esto se debe, sobre todo, a la poca relevancia que para Barrientos parece tener él mismo como protagonista de su historia.

Hay, por último, un ripio en cierto uso del lenguaje, a ratos solemne, como si no hubiese otro modo de acercarse a la majestuosidad del panorama («en alguna medida, la naturaleza antártica traduce cierto fracaso del arte. Me parece distinguir, de vez en cuando hielos de características antropomorfas tanto en los que flotan como en los que ya se están hundiendo para siempre»), o a ratos formulaico y feo («desde esta última afirmación podemos sostener otros aspectos que tienen relación con la coincidencia entre una mirada de Estado y una preocupación general muy propia de la llamada Generación literaria de 1938»). El exceso de esas fórmulas o descuidos le resta sutileza y belleza a una obra que, el resto del tiempo, está correctamente escrita.

Cuaderno antártico es una obra que dialoga con los libros de viajes y con la narrativa de Francisco Coloane, pero que, al no mostrar más de su observador ni tener el vitalismo del autor chilote, no alcanza la profundidad que vuelve inolvidables las ficciones de este último. Si bien es una obra interesante para asomarse al imaginario meridional chileno, pierde la oportunidad de erigirse en algo más que una bitácora de lecturas con un tema compartido.