Columna publicada el jueves 19 de enero de 2023 por CNN.

Que Sebastián Piñera también indultó a delincuentes, que la dictadura destruyó la educación pública, que la culpa es de la Corte Suprema y de los gobiernos anteriores, que esta administración no puede hacerse cargo del desastre heredado. Esas han sido las principales explicaciones del oficialismo con relación a la crisis de los indultos, educación, isapres y seguridad pública. Como en medio de un debate sanguinario, antes de realizar cualquier autocrítica o de anunciar alguna medida paliativa, el gobierno prefirió repartir minutas a sus voceros. La tarea, se presume, era comunicar tales oraciones al pie de la letra: así salieron Tohá, Uriarte, Ibáñez, Winter y el mismo Presidente. Cualquier paso en falso, una pequeña salida de libreto y el daño podría resultar irreversible. Bien lo demostró la ministra Vallejo con el impasse por la falta de antecedentes con que habría actuado Boric.

La falta de tiempo de reflexión política ha generado sus propios efectos sistémicos. Esta reproducción de argumentos preconcebidos se ha convertido en una práctica tan extendida, que salvo determinadas excepciones, podríamos decir que en la actualidad contamos con dos tipos de políticos. En primer lugar se encuentran los que, a consecuencia de los requerimientos propios de su trabajo como traslados, trabajo en terreno, sesiones y comisiones, etc., se les dificulta reservar ese preciso instante de reflexión (aunque cuenten con la intención de hacerlo). Y, en segundo lugar, están los que disponiendo de ese tiempo, no tienen el interés necesario para construir pensamiento propio. En la presente columna denominaremos a esa segunda clase de políticos como “minuteros”.

Un minutero es un político que evita la lectura de insumos con mayor elaboración que los resúmenes redactados por sus asesores o, en su caso, por los asesores de sus superiores. Y como la minuta en general cuenta con evidentes limitaciones, al comunicar información escueta y calculada, su reproducción puede generar perjuicios tanto para el emisor y receptor. Tal vez, dichas limitaciones se derivan de la propia naturaleza de este escrito particular, ya que debe cumplir solo con dos importantes características: primero, que sea corto y segundo, que sea accesible. Si no cumple con esas características entonces no sirve de mucho, pues le exigirá al político realizar ese esfuerzo extra que precisamente buscaba evitar.

Todo indica que estamos ante un problema: a la clase política le cuesta elaborar diagnósticos. La elevada carga de quienes se dedican a la actividad ha provocado que sus actores eviten aquellos escasos, pero necesarios instantes de pausa y reflexión. La política, claro está, es una actividad demandante y deja poco tiempo libre. Sin embargo, dotarla de contenido requiere de un cuestionamiento constante que permita analizar tanto el panorama como las propias actuaciones. ¿Qué hicimos mal? ¿Qué faltó? ¿Qué mejorar? ¿Cómo seguir? Pueden ser algunas de las preguntas a responder si lo que se busca es erigir un diagnóstico sincero.

De tal forma, la minuta viene a satisfacer una necesidad: al político se le exige responder y dirigirse al público sin meter la pata, y ella le muestra qué decir. El cómo lo diga queda ya al talento de cada uno. No obstante, lo peligroso es cuando los incentivos que generan este tipo de pautas se vuelven perversos y terminan convirtiéndose en una especie de droga corrosiva. En efecto: al mismo tiempo que satisface al político y a ciertos grupos de seguidores, la minuta daña sus propias habilidades prácticas, su reflexión y la discusión pública. Sino recuérdese la pauta y marca personal a la exministra Siches y cómo acabó con el desplante que la caracterizaba.

¿Ejemplos? El oficialismo y sus respuestas relativas a los indultos y muchos otros temas pueden ser un buen caso de la comunicación en base a minutas. El temor a la equivocación les ha impedido transmitir una explicación sincera a la ciudadanía sobre si los beneficios a delincuentes fueron analizados, estudiados y ponderados en su mérito. Por momentos, pese al cortoplacismo que implica, tanto el Presidente como sus subordinados parecieran preferir resguardarse en el empate y el victimismo. La gran minuta es que todo sería parte de un ataque para dañar al gobierno. Nunca serían las inevitables consecuencias de su actuar guiado por un diagnóstico errado.

No se pone en duda de que las minutas en ciertos casos son necesarias y útiles. Solo se advierte que la realidad y, más en concreto, la realidad en política, es muchísimo más complicada de lo que se puede detallar en dos planas de Word. Por supuesto que no se les pide a nuestros honorables el estudio de La Filosofía del Derecho de Hegel mientras se toman su café camino al Congreso o a La Moneda. Sólo se les exige que vuelvan a reflexionar y a fundamentar sus decisiones, en privado y en grupo. La ciudadanía se lo merece.