Columna publicada el lunes 16 de enero de 2023 por La Segunda.

No se requiere demasiada agudeza para percibir la distancia de Ricardo Lagos respecto de la generación que hoy “habita” La Moneda. Más allá de su tono, propio de un hombre de Estado, el expresidente no dudó en afirmar ayer en La Tercera que “gobernar implica tener todos los elementos de juicio”, en una clara alusión a la malograda vocería de la ministra Vallejo en materia de indultos. Dicha distancia también se revela en los llamados de Lagos a la “humildad para aquellos que creían saberlo todo”, y en su defensa del oficio que supone conducir el Estado (“probablemente, todos están aprendiendo dónde están los teléfonos”).

No hay duda: el primer socialista en portar la piocha de O’Higgins después de Salvador Allende está disconforme con el gobierno actual. De seguro no faltarán quienes atribuirán esa incomodidad a polémicas coyunturales, como si fuera una vuelta de mano por la injusta omisión de los expresidentes Lagos y Frei Ruiz-Tagle en el primer discurso de Gabriel Boric como mandatario, el pasado 11 de marzo. Pero todo indica que la desafección de Lagos —y de una porción relevante del socialismo democrático— con la nueva izquierda responde a un motivo bastante más profundo. 

En efecto, al revisar las diferentes miradas de unos y otros en torno a los bullados 30 años, la fallida Convención o los recientes indultos, lo que emerge no son meras discrepancias contingentes. Lo que asoma al fin y al cabo son diversas maneras de comprender la política democrática y, por tanto, la relación que ha de cultivarse tanto con el pasado como con los adversarios. Se trata de una inquietud que el expresidente Lagos desarrolló latamente al explicar su abstención de cara al plebiscito de salida, y que volvió a esbozar ayer en su entrevista: “tenemos que alcanzar consensos. No podemos seguir aceptando que solo mi verdad es la que vale. Pero para eso hay que tener un criterio amplio”. 

En su minuto muchos dirigentes —Lagos incluido— renunciaron a defender su propia obra ante la nueva izquierda, y con ello debilitaron ese tipo de criterios. Pero hoy han vuelto por sus fueros, reivindicando los acuerdos del Chile posdictadura. Quizá ningún actor político habló con tanta elocuencia al respecto como el entonces ministro del Interior, José Miguel Insulza, en el discurso que pronunció en el homenaje que recibió con motivo de sus 10 años ininterrumpidos como ministro de Estado. En sus palabras, “en la política democrática son los partidarios los que entregan el apoyo y la fuerza para seguir adelante; y son los contrarios los que confieren la legitimidad. Sin ese reconocimiento mutuo que es básico, ninguno de nosotros podría cumplir su tarea. Son dos lados de la ecuación democrática, indispensables el uno para otro”.