Columna publicada el domingo 8 de enero de 2023 por El Mercurio.

Con su decisión de indultar un grupo de “presos de la revuelta”, el Presidente Gabriel Boric logró la extraña proeza de retrotraernos —en un abrir y cerrar de ojos— al eje de octubre 2019. Es difícil desentrañar los motivos que lo condujeron a tomar una decisión que, muy probablemente, marcará su mandato. Quizás supuso que el hecho de comunicar la noticia un viernes 30 de diciembre podía lograr que pasara desapercibida. Sin embargo, tanto el indulto como la seguidilla de errores que lo rodearon terminaron atizando una hoguera en la que el gobierno no tiene nada que ganar. El motivo es muy simple: el culto no sólo dejó de rendir, sino que también resulta contraproducente. De allí que el mandatario responde con tan mal humor las legítimas preguntas de la prensa: se encerró voluntariamente en un laberinto sin salida.

Me explico. No cabe duda alguna de que el 18O fue un momento singular, cuya prolongación natural fue la elección de convencionales. No obstante, al poco andar el viento empezó a girar de dirección. Así, las parlamentarias de 2021, el desprestigio de la Convención y el masivo resultado del plebiscito fueron signos inequívocos de un cambio profundo en las sensaciones. Es posible que el octubrismo haya manifestado tensiones reales, y que no deberíamos perder de vista. Con todo, en cuanto estado de ánimo, el octubrismo no sólo dejó de convocar a las grandes mayorías (si alguna vez lo hizo), sino que produce abierto rechazo. Aquello que parecía sentido común se volvió anatema, y aquello que era anatema se convirtió en sentido común. Guste o no, la resaca del orden siempre termina por advenir. Quien tenga dudas de lo anterior puede revisar los resultados de la última encuesta del Centro de Estudios Públicos en materia de seguridad y de respaldo a carabineros. En virtud de lo anterior, el intento por resucitar el eje del 18O opera como acelerante de la brusca vuelta en U de las percepciones ciudadanas. Al no ponderar ese dato elemental, el Presidente Boric quedó en un descampado político.

La responsabilidad de todo esto recae en la propia izquierda. En lugar de conducir y contener las fuerzas que se desataron el 18O, parte del actual oficialismo quiso usarlas para obtener sus propios fines (básicamente, golpear y golpear a Sebastián Piñera). La izquierda tuvo una ocasión histórica —probablemente nunca vuelva a tener una semejante— y la desperdició por sus excesos. Si se quiere, el indulto presidencial es un esfuerzo por negar los resultados del 4S. Es un acto de voluntarismo desesperado que refleja muy bien la disonancia cognitiva de una nueva izquierda que no quiere asumir su derrota, y que toma decisiones pasándola por alto. En este caso, no vale afirmar que el Presidente estaba simplemente cumpliendo una promesa, porque también había hecho la promesa contraria (“no se puede indultar a una persona que quemó una iglesia, una pyme, o saqueó un supermercado”, aseveró en la campaña de segunda vuelta).

Es curioso, pero Gabriel Boric parece haber escogido preservar la integridad de su fe octubrista antes que “habitar el cargo”, para emplear sus términos. Será difícil, por ejemplo, que recupere credibilidad en seguridad, una de las principales preocupaciones de los chilenos. Después de todo, un perro contra la delincuencia no libera así como así a quienes tienen prontuario abultado (incluyendo casos de violencia intrafamiliar: sería interesante conocer la opinión de la ministra Orellana al respecto). El Presidente le da en el gusto a un puñado de partidarios al precio de poner en serio riesgo el camino que el mismo había tratado de trazar en los últimos meses.

Como fuere, la principal damnificada no es otra que Carolina Tohá. Ella representa el giro del gobierno tras el 4S, y representa también la convergencia histórica del Frente Amplio con la Concertación. Tohá es una política profesional, disciplinada y dispuesta a ejercer responsabilidades. No es poco. Sin embargo, el éxito de su (enorme) desafío pende de un requisito ineludible: el respaldo del Presidente a su gestión debe ser muy robusto. Si ese apoyo se debilita o se diluye, todo el entramado tambalea. La posición del Presidente es demasiado precaria como para darse el lujo de fragilizar su principal punto de apoyo. Hoy por hoy, Carolina Tohá es el principal resorte de la máquina.

El problema también puede explicarse como sigue: el resultado del plebiscito mostró que el mundo de Apruebo Dignidad carece del fondo necesario para sustentar un gobierno. No tienen ni la experiencia ni los voceros ni el diseño. Tampoco tienen nada parecido a un programa viable. Por lo mismo, el mandatario se vio obligado a recurrir a viejas caras, que han sostenido la estantería en los últimos meses. Pero si el gobierno retrocede al discurso previo al 4S, volverá también a enfrentar las dificultades de esa etapa, amén de debilitar a las fuerzas que intentan ayudarlo a salir del embrollo. La actitud, hay que decirlo, tiene algo de suicida.

“Quiero ser el Presidente de todos los chilenos y chilenas” decía Gabriel Boric hace tan solo unas semanas, al inaugurar el monumento de Patricio Aylwin. Es difícil pensar que su última decisión lo haya acercado a dicho objetivo. Mal que mal, el principal rasgo del aylwinismo es la constancia, precisamente aquella que tanta falta le hace al Presidente.