Columna publicada el domingo 29 de enero de 2023 por La Tercera.

El gobierno del Presidente Gabriel Boric ha convertido en una especie de deporte oficial el tapar un error con otro más grave. Tratando de dar por cerrada la crisis producida por haber indultado delincuentes con prontuario, pero sin haber dado ninguna explicación seria al respecto, el Presidente decidió desplegarse internacionalmente. Y es que ni repartir bonos ni pegarle un portazo a Dominga parecían aplacar las críticas. Sin embargo, el mismo día en que se inauguraba en Buenos Aires la cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, se filtró un audio desde Cancillería donde se escuchaba a la Ministra Urrejola junto a sus asesores preparando un plan de respuesta a los airados dichos del embajador  argentino, el pintoresco hermano de Bielsa, producto del rechazo de Dominga. El nivel de la conversación era propio de una conspiración vecinal urdida en un paradero de micros. Mucho más grave que la vulgaridad de las expresiones, que todo lector epistolar de Diego Portales sabe perdonar, es la liviandad de los contenidos. Por otro lado, y peor aún que lo anterior, es el hecho del registro y filtración de esa conversación desde la propia Cancillería. Tal como todavía nadie puede explicar los indultos, nadie del gobierno ha podido ofrecer razones convincentes al respecto.

Llegó en mal pie a la CELAC, entonces, Boric. Pero como cada día puede ser peor, allá decidió emprenderlas contra el débil gobierno peruano por el gran número de muertos acumulado en las jornadas de protesta que se suceden desde la destitución, por intentar un golpe de Estado, de Pedro Castillo (ex gran referente regional para el diputado Gonzalo Winter). Por supuesto, todos los países condenaron la violencia y llamaron a buscar salidas pacíficas. Pero nuestro Presidente, en un registro de influencer, pretendió aleccionar a la Presidenta Dina Boluarte respecto a cómo manejar la crisis. El resultado ha sido un atolladero diplomático con el gobierno peruano.

La tensión generada con Perú tiene varios niveles, y ninguno favorece a Boric. El más básico es el de un presidente que se cayó del podio de supremacía moral en la política interior del país y busca recuperar dicha posición en el plano exterior. Pero el ataque a Perú es problemático. Primero, porque la política más exitosa del gobierno de Boric ha consistido en la militarización de la Araucanía, que él mismo calificaba, cuando estaba en la oposición, como un oprobio moral y político. Si a eso sumamos una Ministra del Interior alentando a las policías a usar su armamento contra los delincuentes e impulsando como política prioritaria el uso de militares para controlar la crisis migratoria en el norte, el tinglado angelical desde el que Boric emplaza a Boluarte se desmorona. El segundo gran problema es que la crisis peruana se explica, en buena medida, por la debilidad institucional del Estado. Debilidad inducida por principios de organización política y territorial bastante similares a los contenidos en el proyecto constitucional rechazado por los chilenos, pese al apoyo presidencial. ¿Por qué Boric promovería la peruanización de la institucionalidad chilena, al tiempo que lamenta tanto lo que pasa en Perú?

Cuando el Presidente Boric asumió, se jactaba de su interés por la historia. Sin embargo, en su ataque al Perú muestra una nula sensibilidad histórica. Se trata de un país vecino con el que estuvimos en guerra dos veces, con resultados especialmente humillantes para ellos la segunda vez. Y la justificación chilena para la propia brutalidad, tal como muestra la historiadora peruana Carmen McEvoy en su libro “Guerreros civilizadores”, se basó en una ideología colonialista que situaba a nuestro país como una potencia civilizatoria que se desplegaba sobre bárbaros atrasados. Tratar de forma altanera a la Presidenta del Perú, con esos antecedentes, parece a lo menos desaconsejable.

Ahora, cabe la posibilidad de que el historiador de cabecera del Presidente sea Benjamín Vicuña Mackenna, lo que explicaría muchas cosas. También cabe la posibilidad, considerando la pacificación Araucana y el ninguneo a Perú, de que el Presidente se transforme en una versión buenista de él si se deja bigote.