Columna publicada el lunes 19 de diciembre de 2022 por La Segunda.

En su columna de ayer en La Tercera, Daniel Matamala critica duramente el “Acuerdo por Chile” firmado desde la UDI al PC. Aunque el episodio tendría un “lado luminoso” una dirigencia política capaz de llegar a grandes acuerdos, Matamala cree que el pacto “nos retrotrae a ese temor a permitir que los ciudadanos decidan libremente el destino del país”. Así, el oscuro Chile de los noventa volvería por sus fueros. Me temo, sin embargo, que la denuncia del periodista omite al menos tres datos relevantes.

El primero es que el antecedente inmediato del “Acuerdo por Chile” no es un invento de cierta oligarquía ni nada semejante, sino el 62% del Rechazo. La dinámica que explica el diálogo de las fuerzas políticas, las cesiones que tuvo que hacer la izquierda gobernante, el cumplimiento de la promesa de parte de la centroderecha; en fin, todo lo que ha rodeado estas conversaciones remite al resultado del plebiscito. Y está bien que así sea: era indispensable tomarse en serio lo que ocurrió el 4 de septiembre. Repetir la misma fórmula del fallido órgano constituyente, como propuso el Frente Amplio al inicio de las negociaciones, implicaba renunciar a interpretar al pueblo chileno y su masiva e histórica movilización electoral, transversal en términos políticos, socioeconómicos y regionales.

Ahí asoma el segundo elemento que minusvalora Matamala: la relevancia de la representación política. La democracia contemporánea se distancia del asambleísmo directo no sólo porque hay enormes masas de población viviendo en grandes porciones de territorio, sino también (y principalmente) por la necesidad de mediación política. Esto es, deben articularse múltiples demandas, anhelos e inquietudes, muchas veces contradictorias entre sí. Es lo que sucede cuando las fuerzas políticas con presencia parlamentaria adoptan una decisión o dibujan una ruta novedosa sobre un tema disputado, como la cuestión constitucional. Esa es precisamente su tarea. Por algo existen diversas alternativas exitosas (y fracasadas) a nivel global en esta materia. No hay una única receta, sino variadas opciones legítimas. 

El tercer dato que conviene recordar, y que al parecer olvida Matamala, es que las lógicas de la transición pactada tan denostadas hoy no fueron pura imposición, sino que recibieron un fuerte respaldo en las urnas. Así ocurrió desde el triunfo del No hasta la elección presidencial en la que venció Eduardo Frei Ruiz-Tagle. Como han sugerido distintas voces, la “medida de lo posible” que lideraron Patricio Aylwin y sus huestes logró encarnar en su minuto algo así como un deseo nacional. Esto no es trivial: como muestra la experiencia de la Convención, al despreciar lo posible es fácil terminar siendo un estéril predicador de lo imposible